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CIENCIAS ETERNAS


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viernes, mayo 08, 2020

El Bambú Japonés, una historia de Perseverancia

Es una historia bastante conocida, se trata del bambú japonés. Una planta no apta para impacientes. El agricultor planta la semilla, la abona y la riega. Hasta aquí todo normal.
La gran diferencia con otras plantas es que en los próximos siete años no vamos a ver absolutamente ninguna mejora, al menos a simple vista. Un agricultor impaciente o inexperto podría pensar que la semilla se murió o que eran infértiles, abandonando en su empeño.
Sin embargo, a partir del séptimo año y en un periodo de sólo seis semanas, la planta de bambú crece más de 30 metros. ¡Increíble!


Durante los primeros siete años, aunque no se ve nada por la superficie, el bambú está desarrollando un complejo sistema de raíces que le permitirán sostener el fuerte crecimiento después de esos siete años de vida.

Hoy en día vivimos en un mundo muy rápido, donde queremos todo "para ayer", queremos soluciones rápidas y triunfar rápidamente y sin esfuerzo. Y el éxito en cualquier actividad que realicemos es como el crecimiento del bambú, un crecimiento interno que lleva tiempo.
También podemos aprender de esta historia que en muchas ocasiones, en nuestro camino, nos encontraremos pérdidos y frustrados porque los resultados no llegan, o porque las cosas no están ocurriendo como queremos, o simplemente pensamos que no estamos avanzando. Pero la realidad es que sí está suciendo. Al igual que las raíces del bambú, mientras sigamos trabajando y esforzándonos, sin abandonar, algo estará ocurriendo dentro de nosotros, estaremos creciendo y madurando.
Al final, como el bambú, el éxito o los objetivos aparecen de forma rápida, pero detrás de todo ello tiene que haber un trabajo constante y perseverante. Lamentablemente, no hay atajos posibles.

Recuerda, si no consigues lo que anhelas, no desesperes... quizá sólo estés echando raíces.

Fuente: Blog Opciones y Spreads

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lunes, diciembre 16, 2019

La Actitud es nuestra Meta y a la vez nuestro Camino

Buscamos acercarnos a lo desconocido, abrir la puerta a lo que está escondido en nosotros y franquearla. Habría que someterse completamente a ese sentimiento de lo sagrado que hay en nosotros, pero solo lo podemos hacer parcialmente. Lo sagrado se manifiesta como conciencia interior y debe ser encontrado dentro. La verdad, la única verdad, está en la conciencia.
Todo lo que existe está constituido por tres fuerzas. La fuerza activa, la fuerza pasiva y la fuerza conciliadora. La fuerza que desciende es la que quiere volver a ascender. En el ser humano la cabeza se opone al cuerpo. La fuerza conciliadora es la voluntad que los une, que los relaciona. Todo viene del deseo de esa voluntad.

Cualquiera que sea el estado en que nos encontremos en este momento, cualquiera que sea el significado de la fuerza que manifestemos, las posibilidades más altas están escondidas tras la densa pantalla de nuestra pasividad, que se cree autosuficiente. Nuestro destino comienza cuando sentimos la llamada de otra fuerza y respondemos voluntariamente a ella. Es el primer acto voluntario. Nos hacemos disponibles a la realidad de una fuerza que cambia la razón de estar aquí. Estamos aquí para escucharla. No para esperar algo de ella, ni para apropiarnos de ella, sino para comprender el acto, la acción que creará una posibilidad de vida responsable.
Estamos aquí, pero estamos vacíos, sin meta real, sin sentido, sin razón de ser. Todo el tiempo estamos bajo una sugestión: lo que esperamos, lo que aguardamos, lo que debemos hacer, lo que todo eso quiere decir. Nuestras funciones son pasivas, están bajo influencia y a merced de todo lo que las toque. Nuestro pensamiento oye palabras que cree conocer y asocia inmediatamente en torno a esas palabras.

Las emociones, al acecho de lo que les gusta o no les gusta, niegan o son curiosas. Y nuestro cuerpo digiere o se abandona en su pesadez. Cuando debemos manifestarnos, expresarnos, reaccionamos a la impresión recibida, siguiendo la manera en que nuestros centros fueron educados. Solo vemos formas ─cosas y personas─ nunca fuerzas. Nunca respondemos a partir de una visión, de una comprensión de la realidad. Lo que es más verdaderamente en nosotros no aparece. Todos los acontecimientos interiores o exteriores parecen ser un sueño porque no nos sentimos verdaderamente alcanzados por ellos.

La energía de nuestra mirada es pasiva. Solo vemos lo que observamos a través de una imagen, de una idea. En consecuencia, no vemos realmente, no estamos en contacto directo con lo que vemos. La atención se mantiene pasiva por la idea. La imagen. No está libre. Reaccionamos a la idea y las cosas se repiten indefinidamente de la misma manera. Nuestro pensamiento reacciona automáticamente, compara y obedece al material acumulado a lo largo del tiempo. ¿Podemos tener un pensamiento más activo que no esté continuamente ocupado en extraer algo de su memoria? Tal pensamiento se mantendría delante del hecho, sensible, sin ningún juicio ni sugestión, sin ningún pensamiento. Se mantendría simplemente por la urgencia de conocer lo verdadero. Ese pensamiento sería como una luz. Podría activamente ver.

La sensación también es pasiva. Tenemos un sentir de nosotros mismos bajo una forma familiar que se repite, una forma que corresponde a nuestra manera habitual de pensar. ¿Podemos tener una sensación más activa, despierta por entero a la energía que recibe? Esa sensación sería un instrumento de conocimiento y, como ese pensamiento, no tendría como meta el poseer.

Cuando experimentemos a la vez ese pensamiento y esa sensación más activos, descubriremos una voluntad nueva, un sentimiento de urgencia por ser así. Solo en el momento en que aparece en nosotros esa intensidad ─de querer ver, de querer conocer lo que es─ es cuando despertamos a lo que somos enteramente. Despertamos para conocer lo verdadero, lo real... no para cambiar. La actitud ha cambiado. Es más consciente.
Podemos ver que si ese querer activo no está, recaeremos en el sueño. El deseo de conocer y de comprender prima sobre todo. No es solo una idea en la cabeza, o una sensación, o emoción particular. Nos pide todo al mismo tiempo. ¿Podemos aprender a escucharlo?

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sábado, noviembre 23, 2019

El Esfuerzo Consciente

Para saber lo que nos anima a hacer un esfuerzo necesitamos una atención más consciente. Esa atención no puede ser mecánica, porque debe ser constantemente rectificada para que pueda ser perdurable. Habrá entonces alguien que vigile, y ese vigilante representará un estado de conciencia diferente.
Cuando uno se aparta de la vida para abrirse a sí mismo, en algún momento se siente pertenecer a un orden diferente. Recibe esa impresión y toma conciencia de ella. Ahora esa impresión va a formar parte de su Presencia. Está ahí para ayudarle, o bien relacionarle con un momento de esfuerzo y hacerle entrar en una asociación consciente, o bien la impresión se va a asociar inconscientemente y no le ayudará. Debemos hacerla aparecer conscientemente, asociándola con otra impresión. Entonces, debemos vigilar, con una atención voluntaria, para conservar una impresión consciente de uno mismo el mayor tiempo posible.

Hay momentos accidentales de recuerdo de sí debidos a impresiones conscientes o no conscientes. Esas impresiones demandan en nosotros, no sabemos cómo. Pero se nos escapan y se pierden porque no están relacionadas, no están asociadas intencionalmente. No tenemos ninguna actitud voluntaria acerca de ellas y solo nos pueden conducir a una reacción ciega. Necesitamos adoptar una actitud más consciente respecto a ellas. Al ver que de un momento a otro no somos lo mismo, se siente la necesidad de un punto de referencia, de medir esos estados diferentes en relación con algo que siempre permanece igual en nosotros. Todo nuestro trabajo gira alrededor de ese punto de referencia. Para nosotros representa la comprensión actual de lo que es ser un ser consciente.
Se necesita un sacrificio para conservar el sentimiento de Presencia que reconocemos en el momento del esfuerzo. Debemos aceptar renunciar intencionalmente a la voluntad ordinaria y hacerla servir. Todo depende de nuestra participación activa. En general enfatizamos demasiado la meta de no dejarse llevar, de no perder nuestro estado. Olvidamos hasta qué punto necesitamos ayuda. Confiamos en algo que nunca nos sostendrá y no le pedimos ayuda a lo más refinado que tenemos. Entonces nada nos sostiene y estamos desvalidos.

El sentimiento pasa por fases relacionadas con la atención. Al activarse, la atención adquiere algo más exquisito y es capaz de atrapar lo que pasa en otros niveles donde las vibraciones tienen una longitud de onda diferente. Cuando tenemos el sentimiento de Presencia estamos en relación con fuerzas superiores y al mismo tiempo con fuerzas inferiores. Estamos en el medio. No se puede tener una sensación de sí sin la participación de las fuerzas inferiores que trabajan en nosotros. Atención consciente significa algo que está entre dos mundos.
Lo que es difícil de comprender es que nada es posible sin esfuerzo consciente, y que el esfuerzo consciente está relacionado con la naturaleza superior. Solo la naturaleza inferior no puede llevarnos a la conciencia. Pero cuando despertamos y sentimos que pertenecemos a un mundo superior, esa no es sino solo una parte de nuestro esfuerzo consciente. Solo nos volvemos realmente conscientes cuando estamos abiertos a todas nuestras posibilidades superiores e inferiores. Solo hay valor en el esfuerzo consciente.

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sábado, noviembre 09, 2019

El Vigilante

Uno debe llegar a saber si es consciente o no de sí mismo en un determinado momento y debe reconocer todos los niveles de esa conciencia. Su presencia o ausencia puede así ser probada por un acto interior de observación.
Nos enfrentamos a algo desconocido. Estamos frente a un misterio, el misterio de la Presencia. Debemos sentir que no podemos pretender conocer ese misterio con nuestros medios ordinarios. Si comprendemos, al menos mentalmente, lo que significaría estar presente, con todos los elementos de nuestra Presencia, y no solo con la cabeza, la sensación o las emociones, tal vez no estaríamos aun verdaderamente presentes, pero estaríamos en busca de una dirección común. ¿Quién está presente? ¿Presente a quién? ¿Quién ve a quién? Ahí está todo el problema.

Para observarse hace falta una atención diferente de la atención ordinaria. Emprender la lucha del que vigila. Buscar que haya en nosotros un vigilante estable. Alguien que vigile. Solo el que vigila está activo. El resto de nosotros mismos está pasivo. El que vigila debe recibir una impresión del estado interior tratando de tener, al mismo tiempo, un sentido del Todo. Debemos aprender a ver que el verdadero Yo no está ahí, y que el personaje toma el poder y hasta pretende ser el único que existe. Uno tiene poder sobre el otro. Es necesario invertir los roles.
El peligro está en que no nos damos cuenta de que los roles vuelven a cambiarse. Necesitamos poner atención; pero, en realidad, lo que necesitamos es conocer nuestra falta de atención. La observación de uno mismo enseña cómo concentrarse mejor y fortalece la atención. Nos hace ver que no nos recordamos a nosotros mismo, que no vemos el estado de sueño en que nos encontramos. Estamos fragmentados; nuestra atención está dispersa y no tiene ninguna fuerza disponible para ver. Cuando despertamos, hacemos un esfuerzo por liberar una atención suficiente, capaz de oponerse a esa dispersión y verla. Es un estado más voluntario. Ahora hay alguien que vigila y ese vigilante es un estado diferente de conciencia.

Sin embargo, debemos recordar siempre que no sabemos lo que somos y que todo el problema es saber quién está presente. La observación de uno mismo por parte del pensamiento habitual, con la separación entre el observador y lo que es observado, no hace más que reforzar la ilusión del yo. Comenzamos a ver dos aspectos, dos naturalezas en nosotros mismos: una naturaleza superior, relacionada con un mundo, y una naturaleza inferior, relacionada con otro mundo. ¿Qué es lo que somos? No somos ni lo uno ni lo otro. Participamos de una naturaleza divina y de una naturaleza animal. El hombre es doble. No se ha unificado. Es solo una promesa de hombre hasta que pueda vivir con sus dos naturalezas presentes en sí mismo, sin retirarse a una u otra. Si se retira a su parte más elevada, se aleja de sus manifestaciones y no puede ya evaluarlas. El hombre que siempre vigila es aquel que se recuerda a sí mismo en las dos direcciones y tiene sus dos naturalezas siempre enfrentadas.

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miércoles, noviembre 06, 2019

¿Podemos Volvernos Conscientes?

Estar presente es una cuestión de la conciencia, una percepción especial, independiente de la actividad mental. Es una percepción de uno mismo: ¿Quién es uno? ¿Dónde está? ¿Qué conoce? En el momento de ser consciente, solo existe la impresión inmediata de una percepción directa. Esto difiere mucho de lo que solemos llamar la conciencia, en la que hay una especie de reflejo que acompaña fielmente lo que se experimenta y lo representa en la mente. Cuando esa conciencia refleja el hecho de que pensamos o sentimos algo, se trata de una segunda acción que sigue como una sombra a la primera. Sin esa sombra, estamos inconscientes del pensamiento o del sentimiento original que permanece ignorado. . Si, por ejemplo, uno se siente enojado, fuera de sí, solo lo ve cuando el reflejo, como un testigo, se lo susurra. Este susurro sigue tan de cerca el pensamiento o el sentimiento que lo ha precedido, que creemos que son una sola y misma cosa. Pero no es así en realidad.

Volverse consciente es una cuestión de las energías y de su relación. Una energía está siempre controlada por otra más activa, más fina, que nos vivifica más, como un imán. La energía con la que vivimos, nuestros pensamientos, emociones y sensaciones es una energía pasiva, inerte, volcada hacia el exterior, suficiente para satisfacer nuestra vida instintiva. Pero nunca queda suficiente energía interiormente para un acto interior de percepción, de conciencia. Sin embargo, nos queda un cierto poder de atención, al menos en la superficie: el poder de apuntar en una dirección determinada y de mantenerse ahí. Aunque sea frágil, ese germen de la atención es el emerger de la conciencia de su campo subyacente. Debemos aprender a concentrarnos, a desarrollar una capacidad indispensable para preparar el terreno. Es lo primero que uno hace por sí mismo, sin depender de nadie.

El ejercicio de estar presente a uno mismo es el recuerdo de sí. Las funciones, en lugar de estar dirigidas hacia lo exterior, están vueltas hacia lo interior, para una toma de conciencia. Necesitamos darnos cuenta de que no podemos comprender nada si no nos podemos recordar. Recordarnos de nuestras más altas posibilidades significa recordarnos de a qué estamos abiertos cuando nos aquietamos. Recordarnos significa también estar presente de nuestra situación, del lugar donde estamos, las condiciones en las que estamos, la forma en que somos utilizados por la vida, cuán libre somos o no. No hay entonces lugar para el sueño. Tal vez no lograremos un estado satisfactorio, tal vez seremos derrotados en la lucha. No importa. Lo que importa es el momento en que nos esforzamos por estar presente. No siempre podemos reencontrar un estado mejor que traiga algo nuevo. Nos sentimos incapaces y llegamos a la conclusión de que no hay nada en nosotros sobre lo cual podamos apoyarnos. Pero eso no es verdad. Hay algo. Cuando estamos en un estado mejor, podemos ver que hay en nosotros todos los elementos necesarios para lograrlo. Los elementos de ese estado ya están ahí. Esto significa que las posibilidades siempre están aquí, en nosotros.

No obstante, lo que falta es saber lo que queremos. Es eso lo que obstaculiza nuestra voluntad de trabajar. Sin saber lo que queremos, no intentaremos ningún esfuerzo; dormiremos. Sin el interés para transformar algo, para volvernos hacia nuestras más altas posibilidades, no tendremos nada seguro sobre lo cual apoyarnos para trabajar. Debemos regresar una y otra vez a la pregunta: ¿qué es lo que yo quiero? Esa pregunta debe convertirse para nosotros en asunto de vida o muerte. Pero ese deseo de otra calidad no tiene fuerza alguna si proviene de nuestro yo ordinario. Nuestro deseo debe estar relacionado con algo completamente diferente, algo libre de querer obtener resultados. No debemos olvidar para qué queremos obtener un resultado. Esto debe ser para nosotros realmente asunto de vida o muerte: querer vivir de una cierta manera.

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viernes, noviembre 01, 2019

La Necesidad de un Nuevo Conocimiento

Dependemos completamente de las influencias exteriores y estamos sometidos a las reacciones automáticas de nuestro funcionamiento. Es la esclavitud total. No hay ningún principio superior, ningún principio consciente en nosotros. El ser humano tiene la posibilidad de despertarse de ese sueño y el medio para ello es la atención.
En el sueño, la atención está apresada. Hay que liberarla y volverla en otra dirección. Es la fuerza activa opuesta a la fuerza pasiva, la lucha del sí y del no. Esta movilización de la atención es el primer cambio hacia la posibilidad del recuerdo.

Sin una atención diferente, uno solo puede ser autómata. Con una atención voluntariamente dirigida, uno va hacia la conciencia. Al dividir su atención, uno puede empezar a observarse. La observación de sí siempre debe estar relacionada con la idea de los centros, de su funcionamiento automático, de su falta de relación. Nuestros tres centros ─la mente, el cuerpo, el sentimiento─ trabajan con energías diferentes y su disposición determina las influencias que nos llegan.
Tal como somos, cada influencia produce el tipo de reacción que le corresponde. Las emociones negativas son una negación en un nivel muy bajo. Si nuestras reacciones están en un nivel bajo, lo que recibimos también está en un nivel bajo. Necesitamos aprender a obedecer a la ley que gobierna las fuerzas superiores y someter conscientemente nuestra voluntad a ellas. El momento de conciencia es un momento de voluntad.

Un nuevo conocimiento es necesario, un saber nuevo que pueda llevamos al conocimiento del hombre, a un cambio del ser, a la evolución. Sin esfuerzo y sin ayuda, la evolución es imposible. Requiere un esfuerzo consciente y una visión. El conocimiento es el conocimiento del Todo. Uno solo puede recibir fragmentos que después debe relacionar. Quizás entonces uno se vuelva capaz de encontrar su lugar justo en una comprensión total.
En el intento por estar presentes, necesitamos primero encontrar momentos cotidianos de retiro y recogimiento. Entonces, debemos llegar a ser capaces de tener momentos de observación de la identificación con la fuerza de la vida y de encontrar el lugar donde la atención puede estar entre los dos.

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lunes, octubre 28, 2019

La Primera Iniciacion

Cuando entramos en contacto con el mundo, simultáneamente se forma una imagen de nosotros mismos. Estamos apegados a esa imagen de tal manera que la confundimos con nosotros mismos y buscamos afirmarla y protegerla. Somos esclavos de esa imagen; y como estamos tan apegados a ella y absorbidos por sus reacciones, no tenemos ya atención disponible para saber que somos algo diferente.

Tal como somos, no reconocemos nada mas allá de nosotros mismos, ni afuera ni en nosotros... En teoría tal vez, pero no en la realidad. De manera que no tenemos una referencia con la cual medirnos y vivimos únicamente de acuerdo con los «me gusta» o «no me gusta». Solo nos apreciamos a nosotros mismos y vivimos pasivamente según lo que nos agrada. Esa apreciación de nuestro yo nos ciega. Es el mayor obstáculo para una vida nueva. La primera exigencia para un trabajo en dirección a la conciencia de sí es cambiar esa apreciación, lo cual solo puede suceder si vemos en nosotros mismos algo que antes no habíamos visto. Y para ver tenemos que aprender a ver. Esa es la primera iniciación a la conciencia de ser.

Intentamos vernos tal como somos en un estado de identificación; intentamos experimentarnos como somos cuando estamos identificados. Necesitamos conocer la enorme dimensión de la fuerza que está detrás de la identificación y de su movimiento irresistible. Esa fuerza que nos sostiene en la vida no quiere el recuerdo de sí. Ella nos arrastra hacia la manifestación y rechaza el movimiento hacia el interior.

Al vernos en la identificación vemos que estamos en la vida. Pero si recordamos nuestras posibilidades más altas, nos perdemos y rechazamos lo que somos en la vida. Ese rechazo nos impide conocerla. Hay que ser astutos para atraparnos sin cambiar nada, sin cambiar nuestro deseo de manifestarnos. Necesitamos vernos como una máquina arrastrada por todos los procesos que aparecen: los pensamientos, los deseos, los movimientos. Necesitamos conocernos como autómatas, estar presente cuando funcionamos automáticamente. ¿Quiénes somos en la vida? Tenemos que experimentarlo y tener una impresión de ella más consciente.

Para hacer frente a la fuerza de la identificación, tiene que haber algo presente, algo que presencie, una atención estable, libre, que aspire a otro nivel. Ese esfuerzo proviene de algo que no forma parte de nuestros medios ordinarios. Necesitamos de cierta voluntad y de un deseo que nuestra personalidad ordinaria no conoce. El yo ordinario debe ceder su puesto. A fuerza de mantener la atención y no olvidarnos de mirar, tal vez un día podremos ver. Si vemos una vez, podremos ver una segunda vez, y si esto se repite, ya no seremos capaces de no ver.

Para observar, tenemos que luchar. Nuestra naturaleza ordinaria rechaza la observación de uno mismo. Necesitamos preparar, organizar nuestra lucha contra el obstáculo, retirarnos un poco de la identificación ─hablar, imaginar, expresar emociones negativas─ para poder observar. Una lucha consciente exige una elección y una aceptación. No es nuestro estado el que debe dictar esa elección. Debemos elegir la lucha por estar presente y aceptar que el sufrimiento aparecerá. No hay lucha sin sufrimiento. La lucha es inaceptable para nuestra naturaleza inferior. Eso la perturba. Por eso es tan importante recordar lo que uno quiere: el sentido de nuestro trabajo y de nuestra Presencia. Si nos negamos a satisfacer un hábito, por ejemplo de comer o de sentarnos de una cierta manera, no estamos luchando para cambiar ese hábito. Y cuando tratamos de no expresar las emociones negativas, no estamos luchando en contra de las emociones mismas, o para destruir su expresión. Es una lucha contra nuestra identificación, de forma que la energía, que de otra manera se desperdiciaría, sirva al trabajo. No luchamos contra algo. Luchamos por algo.

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lunes, octubre 14, 2019

Dónde está nuestra Atención

Uno no se da cuenta de cuán pasivo es, siempre arrastrado por los acontecimientos, las personas y las cosas. Empezamos un trabajo con mucho interés, conscientes de nuestra meta. Pero al cabo de cierto tiempo, el impulso se debilita, vencidos por la inercia. La comprensión disminuye y uno siente la necesidad de algo nuevo que restaure el entusiasmo, la vida. De esa manera, nuestro trabajo interior avanza por etapas y depende siempre de fuerzas nuevas. Esto está determinado por una ley. Hay que desechar la idea de que el avance se realiza en forma continua y en línea recta. Hay etapas en las que la intensidad disminuye y, si uno no quiere recaer es necesaria la aparición de una fuerza más activa.
El hombre pasivo en nosotros, el único que conocemos, es el que recibe toda nuestra confianza. Pero, mientras permanezcamos pasivos, nada nuevo ocurrirá. Hay que volverse activos en relación con nuestra inercia, en relación con el trabajo pasivo de nuestras funciones. Si queremos cambiar, tenemos que buscar en nosotros al hombre nuevo, el que está escondido; es decir, el del recuerdo, el que tiene una fuerza que solo puede ser dirigida por su voluntad y a quien hay que hacer crecer gradualmente, paso a paso. Uno debe ver que es posible un estado más intenso, más activo.

Hemos de reconocer que en nuestro estado habitual la atención no está dividida.Cuando uno se abre a lo exterior, está naturalmente interesado. La atención va hacia allá. No se puede impedir. Si la fuerza de atención está completamente ocupada, estamos perdidos en la vida, identificados. Toda la capacidad de estar presente se pierde. Nos perdemos, perdemos nuestro propio rastro, el sentimiento de uno mismo, nuestra existencia pierde su sentido. Entonces, el primer cambio requerido es una separación en la que la atención se divide. Nuestro esfuerzo debe ser siempre claro: estar presente, que es el comienzo del recuerdo de sí. Cuando la atención se divide, estamos presentes en dos direcciones, tan presentes como se pueda. Nuestra atención se dirige en dos direcciones opuestas y nosotros estamos en el medio. Es el acto del recuerdo de sí. Queremos mantener una parte de nuestra atención sobre la conciencia de pertenecer a un nivel superior y, bajo esa influencia, tratar de abrirnos al mundo exterior.

Hay que hacer un esfuerzo para permanecer relacionados, un esfuerzo de atención. Tratar de conocer realmente lo que somos. Luchando por seguir estando presente, a la vez con un sentimiento de uno mismo que se vuelve hacia una calidad mejor y con un sentimiento ordinario ligado a nuestra persona. Queremos ver y no olvidar nuestra pertenencia a esos dos niveles. Debemos ver dónde está nuestra atención, ¿dónde está nuestra atención cuando nos recordamos a nosotros mismos? ¿Dónde está nuestra atención en la vida? El orden solo puede nacer cuando entramos en contacto directo con el desorden. No estamos en el desorden; somos el estado de desorden. Si miramos lo que somos realmente, vemos el desorden. Y donde hay un contacto directo, hay una acción inmediata. Comenzamos a darnos cuenta de que nuestra Presencia está donde está nuestra atención.

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miércoles, octubre 09, 2019

El Deseo de Estar Presente

El verdadero "Yo" viene de la esencia. La esencia de lo que somos es un "querer ser" y desarrollar la esencia que somos viene después con un "querer ser capaz de ser". La esencia está formada por las impresiones asimiladas en la infancia hasta los cinco o seis años, cuando se produce una ruptura entre la esencia y la personalidad. Para continuar su desarrollo, la esencia debe volverse activa a pesar de los obstáculos provenientes de la presión ejercida sobre ella por la personalidad. Necesitamos el recuerdo de nosotros mismos para que sea la esencia la que pueda volver a recibir las impresiones. Solo en un estado consciente se puede apreciar la diferencia entre la esencia y la personalidad.

Por lo común las impresiones son recibidas de forma automática. La personalidad reacciona con pensamientos y emociones que dependen de su condicionamiento. Esas reacciones al ser automáticas, las impresiones no son transformadas porque una personalidad como esa está muerta. Para ser transformadas, las impresiones deben ser recibidas por la esencia. Eso requiere un esfuerzo consciente en el momento de su recepción. Eso requiere un sentimiento definido, un sentimiento de amor por el ser, por estar presente.
Hay que responder a las impresiones, no desde el punto de vista de la personalidad, sino desde el punto de vista del amor por estar presente. Eso transformará nuestra forma de pensar y de sentir.

La primera necesidad es tener una impresión de nosotros mismos. Comienza por una lucha cuando surge la pregunta sobre uno mismo. Por un instante hay una pausa que permite que nuestra atención cambie de dirección, regrese hacia uno y entonces la pregunta nos toca. Esa energía trae una vibración como si en nosotros resonara una nota, un sonido que hasta ahora no vibraba. Es muy tenue, muy fina, pero, sin embargo, se comunica con nosotros. Se siente. Es una impresión que se recibe. Todas nuestras posibilidades están ahí. Si vamos a abrirnos a la experiencia de Presencia, eso va a depender de la manera en la cual recibimos la impresión.

No se comprende suficientemente el momento de ese enfrentamiento, de la recepción de la impresión y por qué es tan importante. Uno no ve la necesidad de verse en la vida, porque la oposición de la impresión nos arrastra. Si no hay nadie en el momento en que la impresión es recibida, se reacciona automática, ciega, pasivamente, y uno se pierde. Hemos de negarnos totalmente a aceptar la impresión que tenemos de nosotros mismos, tal como somos en ese momento. Al pensar, al reaccionar, al interponernos a la recepción de esa impresión, nos cerramos. Imaginamos lo que somos. No conocemos la realidad. Somos prisioneros de esa imaginación, de la mentira de ese falso "yo". Habitualmente buscamos despertarnos por la fuerza, pero no lo conseguimos. Podemos y debemos aprender a despertar, a abrirnos conscientemente a la impresión de uno mismo y a ver lo que somos en el momento mismo. Será un encuentro para despertarse, un encuentro traído por la impresión que recibimos. Eso nos pide una libertad de estar en movimiento y de no interrumpirlo.

Para tener el deseo de estar presente, debemos darnos cuenta de que no estamos ahí, de que estamos dormidos. Debemos comprender que estamos encerrados en un círculo de pequeños intereses, de avidez, en el cual el "yo" está perdido. Y seguirá perdido si no podemos relacionarnos con algo superior. La primera condición es conocer en uno una calidad diferente, por encima de lo que es ordinariamente. Entonces la vida podrá cobrar un sentido nuevo. Sin esa condición no puede haber trabajo. Se debe recordar la existencia de otra vida y al mismo tiempo conocer la vida que llevamos. Eso es despertar. Despertamos a estas dos realidades.
Se debe comprender que por uno mismo, sin una relación con algo más elevado, no somos nada, no podemos nada. Por uno mismo solo podemos estar perdidos en ese círculo de intereses; no tenemos ninguna cualidad que nos permita escapar de él. Para eso tendríamos que sentir nuestra absoluta nulidad y empezar a sentir la necesidad de ayuda. Debemos experimentar la necesidad de relacionarnos con algo superior, de abrirnos a otra cualidad.

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domingo, septiembre 29, 2019

No Nos Conocemos

Necesitamos saber quiénes somos. Si no lo sabemos, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Qué va a responder en nosotros a la vida? Entonces, debemos tratar de responder. Nuestro raciocinio trata de responder. Nos aporta sugerencias sobre lo que somos: seres humanos que pueden esto, que han hecho eso, que poseen aquello. Ofrece posibilidades de todo lo que conoce. Pero la razón no nos conoce, no conoce lo que somos en este momento. Y nuestro sentimiento ¿puede responder? Entre todos nuestros centros es él quien podría responder mejor, pero no está libre. Está al servicio del que quiere ser el más fuerte, el más grande, el más poderoso y que sufre todo el tiempo por no ser el primero. Entonces no se atreve, tiene miedo, duda. ¿Cómo puede saber? Ciertamente hay una sensación, la sensación del cuerpo. Pero, ¿el cuerpo «es uno mismo»?
De hecho, no nos conocemos. No sabemos lo que somos. No conocemos ni nuestras posibilidades ni nuestras limitaciones. Existimos y, sin embargo, no sabemos cómo es que existimos. Creemos afirmar nuestra propia existencia y dirigirla en una dirección determinada. Pero respondemos a la vida emocional o intelectual o físicamente.


Nunca somos nosotros quienes respondemos. Creemos que podemos hacer, cuando en realidad «somos accionados», movidos por fuerzas de las que nada sabemos. Todo ocurre en nosotros. Todo sucede. Los hilos son jalados sin que nos demos cuenta. No vemos que somos como marionetas, como máquinas puestas en movimiento por fuerzas exteriores.
Al mismo tiempo, podemos ver que nuestra vida transcurre como si fuera la vida de otro. Podemos ver que nos agitamos, esperamos, nos lamentamos, tenemos miedo, nos aburrimos, sin que nos sintamos participar en ello. La mayor parte del tiempo podemos darnos cuenta a posteriori de que es uno mismo quien ha hecho esto o ha dicho aquello. Actuamos antes de darnos cuenta de ello. Es como si nuestra vida se desenvolviese sin participar conscientemente de ella.
Se desenvuelve mientras estamos dormidos. De vez en cuando, los sobresaltos o los conflictos nos despiertan por un instante. En medio de la ira, o de un dolor, o de un peligro, y abrimos los ojos: «¡Fíjate: soy yo, aquí, en esta situación, viviendo esto!» Pero después del conflicto nos volvemos a dormir y puede pasar mucho tiempo hasta que un nuevo suceso nos despierte.

Podemos comenzar a ver la verdad de que no somos quien creíamos ser. Somos seres dormidos. Un ser que no tiene conciencia de sí mismo. En ese estado de sueño, confundimos el intelecto, el pensamiento que funciona independientemente de la emoción, con la inteligencia que incluye la capacidad de sentir lo que uno razona. Nuestras funciones ─nuestro pensamiento, nuestras emociones y nuestros movimientos─ trabajan sin dirección, a merced de los conflictos accidentales y de los hábitos. Es el estado de ser más bajo en el que pueda encontrarse el hombre. Vivimos en nuestro mundo estrecho, subjetivo, limitado, dirigido por nuestras asociaciones, que vienen de todas nuestras impresiones subjetivas. Es nuestra cárcel, a la que siempre volvemos.
La búsqueda del yo empieza con la pregunta «¿dónde estoy?» Debemos sentir la ausencia habitual del yo. Debemos conocer la sensación de vacío, de mentira, que afirma siempre una imagen de uno mismo: el falso yo. Uno tiene la costumbre de decir «yo» sin creer realmente en ello. De hecho, no hay nada más en lo que uno pueda creer. El querer ser nos empuja a decir «yo». Está detrás de todas nuestras manifestaciones. Pero no es consciente. Habitualmente buscamos la convicción de nuestra Presencia en la actitud de los demás hacia uno mismo. Si nos niegan, dudamos de nosotros. Si nos aceptan, creemos en nosotros mismos.
¿Somos realmente esa imagen que afirmamos?. ¿No hay un Yo real que pueda estar presente? Necesitamos una experiencia directa del conocimiento de uno mismo. Primero tenemos que ver los obstáculos que se interponen como una pantalla. Necesitamos ver qué creamos en la mente, nuestro pensamiento. Creemos que eso somos nosotros. Queremos saber, hemos leído, hemos escuchado. Todo eso es la expresión de nuestro yo ordinario, de nuestro ego. Eso nos impide abrirnos a la conciencia, ver «lo que es» y lo que «yo somos».
Nuestro esfuerzo no puede ser impuesto. Uno tiene miedo del vacío, miedo de no ser nada. Entonces, uno se esfuerza por ser diferente. Pero ese esfuerzo ¿quién lo hace? Debemos ver que también eso viene del yo ordinario. Toda imposición viene del ego. ¿Podría no seguir siendo engañados por la imagen o el ideal impuesto por el pensamiento?
Necesitamos aceptar el vacío, aceptar no ser nada, aceptar «lo que es». Es en ese estado donde aparece la posibilidad de una nueva percepción.

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