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viernes, abril 01, 2016

Una Visión de la Paternidad Novedosa y Radical

La psicología prenatal ha conseguido, en un breve periodo de tiempo, descubrir lo suficiente sobre la mente y las emociones del niño intrauterino como para ayudar a rescatar a miles de pequeños de una vida de debilitantes trastornos emocionales. La psicología prenatal ofrece un modo de mejorar prácticamente las posibilidades que toda generación tiene de ingresar en la vida libre de los corrosivos trastornos mentales y emocionales que, en el pasado han acosado a los niños.
Esto no significa que la psicología prenatal sea una panacea, ni que cualquier trastorno emocional que nos afecta se remonte al útero. La vida no es estática y lo que nos ocurre en todos los años de existencia nos influye y nos altera. Sin embargo, es importante recalcar que los acontecimientos nos afectan de manera muy distinta en las primeras etapas de la vida. Un adulto y, en menor medida, un niño han tenido tiempo de desarrollar defensas y respuestas. Pueden suavizar o desviar el impacto de la experiencia. Un niño intrauterino no puede hacerlo. Lo que le afecta lo hace de manera directa. Por ese motivo, las emociones maternas se graban tan profundamente en su psique y su fuerza sigue siendo tan poderosa más tarde, en la vida. Las principales características de la personalidad rara vez cambian. Si el optimismo queda grabado en la mente del niño intrauterino, más adelante serán necesarias muchas adversidades para borrarlo.

El punto en que estos conocimientos pueden significar legítimamente una diferencia reside en ayudar a identificar y prevenir el origen de graves problemas de personalidad. La mayoría de las mujeres saben que ocuparse emocionalmente de sí mismas significa ocuparse de sus hijos no nacidos. La capacidad de reconocer en el útero una conducta potencialmente conflictiva y perturbada puede ser altamente beneficiosa para miles de niños que todavía han de nacer, para sus padres y, en última instancia, para la sociedad.

El hecho de que más embarazadas empezaran a comunicarse con sus hijos, representaría un comienzo extraordinario. Podemos imaginar cómo se sentiría uno a solas en una habitación durante seis, siete u ocho meses sin el menor estímulo emocional o intelectual. Ésa es, más o menos, la consecuencia de ignorar a un niño intrauterino. Lógicamente, sus necesidades emocionales e intelectuales son mucho más primitivas que las nuestras. Pero lo importante es que existen. Necesita sentirse amado y deseado tan apremiantemente como nosotros. Es necesario hablarle y pensar en él; de lo contrario, su espíritu y a menudo también su cuerpo comienza a debilitarse.

En líneas generales, la personalidad del niño intrauterino es una función de la calidad de la comunicación madre-hijo y también de su especificidad. Si la comunicación fue abundante, enriquecedora y, sobre todo, nutritiva, existen muchas posibilidades de que el bebé sea robusto, sano y feliz. Esta comunicación es parte del vínculo. La vida desde los primeros minutos y horas, ofrece infinitas distracciones: imágenes, sonidos, olores y ruidos. Por su parte, la vida en el útero es mucho más uniforme y está completamente rodeada por su madre y todo lo que ésta dice, siente, piensa y espera. Hasta los ruidos externos pasan a través de ella.
Por este motivo es tan importante que la embarazada piense en su hijo. Sus pensamientos ─su amor, su rechazo o su ambivalencia─ comienzan a definir y a modelar la vida emocional del niño. Lo que ella crea no son rasgos específicos, como la extroversión, el optimismo o la agresividad. Estas palabras son, sobre todo, palabras adultas con un significado adulto, demasiado específicas y afinadas para aplicarlas a la mente de un niño intrauterino de seis meses.
Lo que se forma son tendencias más amplias y más profundamente arraigadas, como el sentimiento de seguridad o de autoestima. A partir de estas tendencias, más adelante, en la infancia, se desarrollan los rasgos específicos del carácter. Un ejemplo es la seguridad. Una persona segura confía profundamente en sí misma. ¿Cómo no va a hacerlo si desde el filo mismo de la conciencia se le ha dicho que es deseada y querida? Atributos como el optimismo, la confianza, la cordialidad y la extroversión surgen naturalmente de ese sentimiento.
Se trata de elementos preciosos para dar a un niño, elementos que pueden proporcionarse fácilmente: al crear en el útero un entorno cálido y emocionalmente enriquecedor, la mujer puede lograr una diferencia decisiva en todo lo que su hijo siente, espera, sueña, piensa y obtiene a lo largo de su vida.

Durante esos meses, la mujer es el nexo entre su bebé y el mundo. Todo lo que le afecta incide en él y no hay nada que le afecte más profundamente como las preocupaciones con respecto a su marido (o compañero). Por este motivo, emocional y físicamente hay pocas cosas más peligrosas para un niño que un padre que maltrata o deja sola a su esposa embarazada.
Este hecho por sí mismo convierte al hombre en una parte importante de la ecuación prenatal. Un factor igualmente vital del bienestar emocional del niño es la actitud del padre hacia su pareja. Diversos elementos pueden incidir en la capacidad de un hombre para relacionarse con su compañera, desde lo que siente hacia ella o hacia su propio padre hasta las presiones laborales o sus propias inseguridades. Las investigaciones han demostrado que lo que afecta más profundamente su sentido de compromiso ─para bien o para mal─ es en qué momento comienza la relación con su hijo, si es que ésta tiene lugar.

Por evidentes motivos fisiológicos el hombre está en desventaja. El niño no es una parte de su ser. Sin embargo, no todos los impedimentos físicos del embarazo son insuperables. Algo tan corriente como hablar es un buen ejemplo: un niño oye en el útero la voz de su padre y existen claras pruebas de que escuchar esa voz supone una importante diferencia emocional.
La relación también influye directamente en el futuro padre en un sentido más general. Los estereotipos suelen retratarlo como bienintencionado pero torpe. Esto crea una perniciosa crisis de confianza en muchos hombres. A modo de defensa, suelen alejarse de sus esposas durante el embarazo y recurrir a la seguridad de amigos y colegas que les proporcionan respeto y el sentido de la propia valía. La relación es un modo ─un modo muy importante─ de romper este círculo vicioso e interesar al hombre mucho más profunda y significativamente en la vida de su hijo desde el principio mismo. Cuanto antes se interese, más posibilidades de beneficiarse tendrán su futuro hijo o su futura hija.


Esta visión de la paternidad es ciertamente novedosa y radical porque significa un profundo cambio desde la raíz del ser para alejarse de prácticas pasadas. Esto y solo esto es necesario si abrigamos la esperanza de producir futuras generaciones de niños cada vez más sanos y emocionalmente seguros.

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