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domingo, mayo 28, 2023

Estructura Humana Funcional y Saludable

Partiendo de la concepción biopsicosocial de W. Reich, según la cual, la predisposición hacia la enfermedad o al estado saludable y de bienestar está en función de la interrelación de estos tres factores básicos:




Lo saludable, concepto global y complejo, es más un objetivo a alcanzar que una realidad tangible lineal, en cuanto que vivimos en un sistema social cuyos moduladores de estrés, y por tanto de riesgo, son permanentes.

El funcionamiento social es pues la primera causa de sufrimiento emocional y de disturbio psicosomático, en cuanto está basado en un sistema productivo donde la plusvalía, la jerarquía la explotación y la represión de la sexualidad (que no del “sexo”) y de las emociones, siguen siendo sus características principales manteniéndose activo gracias a las estrategias culturales y de marketing que incentivan “falsas” necesidades en los ciudadanos incentivando el consumo salvaje y desorbitado, fortaleciendo así una dinámica competitiva y unas relaciones embrutecidas que se proyectan en los sistemas familiares y escolares que son, a su vez, los que mantienen este estado de cosas.

De hecho, nuestro proceso madurativo (ontogénesis) al desarrollarse dentro de sistemas reflejo de una realidad social que dista mucho de lo que serían funcionamientos ecológicos, se caracterizará por una clara predisposición a la enfermedad, y a un proceso de acorazamiento que anulará nuestra capacidad de autorregulación, limitará nuestra percepción , nuestra capacidad de placer y de "ser persona", siguiendo la acepción de H. Bergson.

El organismo "saludable" sería aquel que en su desarrollo madurativo (ontogénico) articulara una "adecuada integración de sus funciones corporales en un sistema unitario" (Reich, 1948). Lo cual se produciría si durante dicho desarrollo se establecieran unas relaciones vinculares, afectivas, y amorosas en una atmósfera cálida y protectora creada por la existencia de un ecosistema familiar estable y satisfactorio, "amoroso".

Investigaciones recientes evidencian que las consecuencias emocionales y psicosomáticas de la falta de contacto, de afecto, de disponibilidad emocional y corporal durante los primeros meses. Así lo vemos reflejado en la teoría del "apego" (Bowlby, 1969), la "urdimbre afectiva" (Carballo, 1952, 1984), el "continuum vincular amoroso" (Serrano 1994) y en otros investigadores actuales: "La estimulación sensitiva asociada a la interacción social afectiva, induce un modelo de respuesta psicofisiológica que provoca la sedación, la relajación, disminuye la actividad simpático adrenérgica y aumenta el tono de los nervios del vago (parasimpático). Permitiendo un desarrollo metabólico y endocrino que favorece el almacenamiento de nutrientes y la maduración". Considero que la liberación de oxitocina desde las neuronas de escasas células en el núcleo paraventricular (PVN), como respuesta a dicha estimulación sensitiva, asienta este modelo de actuación en el ámbito hipotalámico" (Uvnas-Moberg, 1997)

Esta relación amorosa primaria, reforzada por un posterior desarrollo evolutivo hasta la adolescencia, basado en estos criterios psicosomáticos, permitiría la estructuración de las funciones organísmicas básicas. Por ello, "si no hay disturbio, el patrón de organización se realiza de forma unitaria, de las funciones menos complejas a las más especializadas (de la motricidad al lenguaje). Bajo una dinámica evolutiva cefalocaudal de las funciones del primer segmento (telerreceptores) a las funciones del séptimo y último segmento (bipedestación y sexualidad genital) a través de la maduración de la función sexual ("fases sexuales"), utilizando diversos medios (relaciones objetales) hasta alcanzar un estado de madurez integrativo que Freud denominó "estadio genital" y que Reich lo determinaría por la "capacidad orgástica", en cuanto el organismo en su totalidad, tiene una capacidad para vivir placer y la serenidad de forma plena y sistémica, lo que se refleja puntualmente en la experiencia orgástica" (Serrano 1984).

Todo este proceso configuraría una Estructura humana funcional y saludable, en proceso de crecimiento, de creatividad y con capacidad de autorregulación. Siendo mediador de esta integración el sistema diencefálico-hipofisario, puente entre el sistema nervioso vegetativo y el sistema nervioso central, con las correlaciones neurohormonales consiguientes.

Pero lo observado en la práctica, tanto en la clínica profunda de adultos como en la asistencia preventiva en sistemas familiares, es que la entrada de un nuevo ser en el mundo está mediatizada por unas exigencias de los ecosistemas sociales que no siempre coinciden con las necesidades instintivas, es decir, biológicas, creándose un fuerte conflicto relacional que genera un claro estrés al no satisfacer las necesidades del sistema en desarrollo: embarazos rutinarios o no deseados, partos donde se mezcla la necesidad de no sentir el dolor por parte de la madre con la consiguiente desconexión de su experiencia uterina con la violencia con la que, en general es tratado el "organismo intrauterino" (Serrano, 1988 a, b), por el personal sanitario. El apego afectivo primario gravemente alterado por la falta de relación con la madre por la entrada en los jardines infantiles en los primeros meses de vida o por otras razones que limitan ya todo el proceso de identidad personal y social, ecosistemas familiares donde no hay compenetración de funciones entre sus miembros favoreciendo la ansiedad y el estrés en la madre con consecuencias nocivas para su bebé, y tantas otras situaciones que destruyen nuestras potencialidades como seres humanos por nuestra propia especie. Y todo esto se ignora o se menosprecia. Esa falta de conciencia ecológica es clave para explicar nuestra precaria situación.

No se trata de culpabilizarnos o flagelarnos por ello, pero sí debemos asumir la responsabilidad que cada uno tiene en este sentido y en nuestra vida cotidiana. Tenemos a nuestro alcance la posibilidad de cambiar muchas cosas si sabemos recuperar nuestra humanidad. Es por ello que el discurso preventivo y la intervención en los sistemas humanos está tan vinculado a la visión clínica. Así pues nos enfrentamos a una dinámica social donde los ecosistemas humanos son los propios moduladores de distrés de los nuevos mamíferos-seres humanos. Teniendo presente que "siempre que se habla de estrés en los procesos de la enfermedad, se hace en referencia a un fracaso adaptativo, de gran resonancia emocional. El estudio del estrés se encuadra así en las líneas de investigación que parte de la hipótesis de vincular la emoción a la lesión" (Valdés, 1983).

Tanto esta teoría del estrés desarrollada por H. Selye (Carballo, 1984); y otras como la teoría de "la inhibición de la acción" de H. Laborit (1979); la "inmunología cognitiva" de orientación sistémica de F .Varela (2000) y H Maturana (1990) sostenida en descubrimientos científicos como el de los "péptidos" (manifestación bioquímica de las emociones) de C. Pert y su equipo de Maryland (ver Capra, 1996 y Janov 2000); y la "teoría del Orgasmo" de W. Reich, han puesto los fundamentos biológicos y empíricos a las hipótesis y evidencias clínicas psicoanalíticas, y que F. Navarro definió como "funcionalidad somatosicodinámica" (Navarro 1989,a).

Dicho estrés o "distrés" (ver Carballo 1974), predispone a una Estructura humana que ha perdido la capacidad de autorregularse y por tanto adquiere un patrón de organización forzado, jerárquico, con funciones más desarrolladas que otras, con una disociación entre sus partes y por tanto vulnerable e inestable y como consecuencia tendente a la contracción y a la mutación celular. Para mantener esta "autopoiesis" (Maturana 1990) que sustituye a dicha autorregulación, debe generar progresivamente un sistema defensivo que ocasiona una coraza caracteromuscular con sus consecuencias neurovegetativas y neurohormonales que coinciden en gran medida con los cuadros de estrés avanzado y afectando al sistema respiratorio, en cuanto que: "hay un proceso que anula la regulación involuntaria de la respiración. Se trata de la emoción. El miedo, la alarma, la rabia y el terror influyen sobre la respiración. Los centros corticales relajan el pecho para controlar el sollozo y a los músculos de la región bucal para ahogar el grito. El tórax se agarrota para sofocar el miedo y el diafragma se detiene de forma que no se muestre la emoción. La respiración refleja la función global de la expansión y la contracción. Si los conductos, capas y bolsas carecen de flexibilidad, se reflejará. Muchos patrones ventilatorios exhiben un estrecho margen de experiencias. Quizás en su vida temprana, una persona no fue acariciada lo suficiente o fue tratada con hostilidad. En ambos casos dominará un patrón de miedo más que uno de placer". (Keleman, 1985)

También se ha observado que las respuestas defensivas ante los factores distresantes no son siempre las mismas, dependiendo en gran medida del momento evolutivo en que se producen dichos factores, de su intensidad, y del "objeto" o "figura afectiva" que los ocasiona, tanto directa como indirectamente, de forma digital o analógica... Hasta el punto de que si confluyen estas variables de una forma determinada pueden crearse patrones de organización entre los sistemas que forman estructuras humanas muy diferentes. Y por tanto, la forma de percibir la realidad, de sentir, de emocionarse, de razonar, de relacionarse, de moverse, de respirar, de Vivir, en una palabra, serán diferentes.

En esta línea de investigación existen tres tipos de Estructura humana claramente diferenciales: la de carácter neurótica o adaptativa, la límite o nuclear y la mimética o psicótica, desarrollando una sistemática para aproximarnos a determinar el tipo de estructura de la persona y su forma particular de prevención y tratamiento.
El desarrollo de la enfermedad y la sintomatología manifiesta va a estar condicionado, por tanto, por el tipo de Estructura y por la dinámica cotidiana (influencia de los ecosistemas sociales) en la que se desenvuelve cada persona.

Y si bien una de las funciones de la coraza defensiva es evitar la emergencia de la sintomatología y la conciencia del trastorno, -donde el estado "normal" es, por tanto, neurótico en cuanto supone una adaptación al desequilibrio, evitando las manifestaciones patológicas-, difícilmente podremos evitar que, sin perder la estabilidad emocional ni social -al menos en determinados momentos-, sintamos vacío existencial, insatisfacción, ansiedad, falta de serenidad y de placer en las cosas cotidianas. Momentos de crisis personal, de duda, de ambigüedad, de conflictos con la pareja, en el trabajo, con la familia. Momentos que deberíamos darles mucho valor y pararnos a escuchar porque es el eco de nuestro sufrimiento, de nuestra insatisfacción interior, el "quejido" que nuestro "yo" lanza desde su destierro infernal en las profundidades de la "caverna platónica", y que solemos acallar porque en nuestro hechizo confundimos "lo divino con lo diabólico", identificando las crisis como algo "demoníaco" que hay que evitar y superar sin preguntar. Actitud que mantiene la estructura médica alienante actual.

Son precisamente esos momentos, esos tiempos oscuros, dolorosos, confusos los que pueden servirnos de plataforma, de trampolín para lanzarnos a la aventura de explorar nuestro interior, de iniciar el viaje hacia nuestro propio "infierno". Pero en todo caso son esos momentos, esas "brechas de la coraza" (Reich, 1949,c) las que podemos aprovechar para descifrar el código de nuestros síntomas, comprender lo que quieren decirnos , reducir nuestra disociación y aumentar nuestra capacidad de contacto con nuestras necesidades reales avanzando en el camino de nuestro crecimiento personal y de nuestra salud.

Como profesionales de la salud, agentes sociales, de cambio y no meros mecánicos normalizadores, junto a la colaboración con otros colectivos que denuncian y reivindican cambios sociales y políticos, participamos también en este proceso de cambio utilizando herramientas preventivas y clínicas que puedan ayudar a cubrir ese objetivo.Tomando como referencia la idea de W. Reich de que la política es cosa de todos y se debe dar en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.

Desde esta posición consideramos necesario utilizar distintos settings o encuadres (atención en crisis, focal, profundo) dentro de un abordaje individual, de pareja y de grupo, según las necesidades del paciente contando con equipos de intervención pluridisciplinarias para abordar con eficacia la mayoría de trastornos de personalidad, cuadros psicopatológico y psicosomáticos así como las disfunciones sexuales.

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