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lunes, marzo 11, 2024

Ley de Tres - Primera Parte

Parece extraño clasificar los números en «limitados e ilimitados; pares e impares; sencillos y múltiples; derechos e izquierdos; masculinos y femeninos; rectangulares y curvados; claros y oscuros; buenos y malos; cuadrados y oblongos». Y nos parece igualmente extraño denominar al cinco el número del «amor», y al ocho, el de la «justicia». Pero nos parecerá menos extraño si examinamos el pensamiento que llevó a realizar dichas atribuciones.

El hecho de que la mente humana pueda discriminar demuestra que el número dos tiene un significado distinto al del uno. La capacidad de distinguir implica diferencia, y la diferencia requiere el dos para tener algún significado.
Evidentemente, podemos crear trampas lingüísticas, y afirmar que no hay forma de probar que el lenguaje se corresponde con la «realidad». Este tipo de trampa no tiene escapatoria. Pero si concedemos que, de algún modo, el lenguaje se corresponde con la realidad, entonces, desde el punto de vista filosófico, el número adquiere significado, y los números dejan de ser meras abstracciones intelectuales.

Por la experiencia cotidiana, somos conscientes de que el universo constituye un sistema increíblemente heterogéneo hecho de una multiplicidad de aparentes unidades. Una persona es una unidad, hecha de una multiplicidad de células, cada una de las cuales es una unidad hecha de una multiplicidad de moléculas, cada una de las cuales es una unidad hecha de una multiplicidad de átomos, cada uno de los cuales es una unidad hecha de una multiplicidad de «partículas», para cuya descripción ya no basta el lenguaje ordinario: vistas de una manera, son partículas, o unidades; vistas de otra, son formas de comportamiento de la energía; y es la energía lo que hoy se considera la unidad última que subyace al universo material.

La misma línea de pensamiento, aplicada a la esfera macrocósmica, lleva a la misma conclusión. La persona es una unidad que constituye un aspecto del planeta Tierra, el cual es una unidad, que, a su vez, forma parte del sistema solar, el cual es una unidad... y así sucesivamente hasta las galaxias, que, en su conjunto, constituyen la inimaginable unidad que llamamos «universo». Los positivistas y ciertos filósofos lingüísticos podrían argumentar que el concepto de universo es una falacia, que el universo es una ilusión, que no es más que la suma de sus partes. Pero, en ese caso, una persona —o un positivista— es también una falacia y una ilusión, porque tampoco es más que la suma de sus partes.

La multiplicidad presupone la unidad. La multiplicidad carece de sentido a menos que también la unidad lo tenga. Ambos términos confieren un significado real al número, y no meramente abstracto.
Es el modo en que nuestros sentidos reciben la información el que crea un problema automático y, a menudo, insuperable. La multiplicidad asalta nuestros sentidos por todas partes, mientras que las unidades a las que denominamos «persona», «célula» y «molécula» son provisionales y relativas; y nosotros lo sabemos. Filosófica y lógicamente, podemos postular una unidad última, pero ésta resulta impalpable para nuestros sentidos.

Estamos obligados a reconocer los límites de la razón, así como la necesaria realidad de ámbitos a los que la razón no tiene acceso. Y aunque la razón por sí misma no pone a los hombres en la senda de una tradición iniciática (esa es la función de la conciencia), sí resulta suficiente para invalidar el escepticismo.
Son los sentidos los que nos hacen escépticos. Cuando los científicos y los intelectuales afirman que su ateísmo o su agnosticismo se les impone por la «razón», mienten. Lo que ocurre es simplemente que no han logrado aplicar su razón a los datos relativos y provisionales que les envían sus sentidos.

Lo que hoy se denomina «mística del número» pitagórica tiene un origen egipcio (si es que no es más antiguo), y corresponde a la filosofía que subyace a todas las artes y ciencias de Egipto. En realidad, lo que hizo Pitágoras fue desdramatizar el mito, una estrategia que tenía la ventaja de hablar directamente a quienes eran capaces de pensar en aquellos términos.

El trabajo de Schwaller de Lubicz, así como el de algunos otros pensadores contemporáneos (por ejemplo, J. G. Bennett), complementario pero independiente, ha hecho posible reformular la teoría pitagórica de una manera aceptable para nuestro pensamiento. Cuando la aplicamos al mito egipcio, se hace patente que estos curiosos relatos se basan en el conocimiento del número y de la interrelación de los números, y no en el animismo, las supersticiones tribales, las disputas sacerdotales, la materia prima de la historia o los sueños.

1- Uno. El absoluto o la unidad, creó la multiplicidad a partir de sí mismo. Uno se convirtió en dos. Esto es lo que Schwaller de Lubicz denomina «escisión (división, separación) primordial». Ésta será siempre insondable e incomprensible para las facultades humanas (aunque el lenguaje nos permita expresar lo que no podemos comprender).

La creación del universo es un misterio. Pero en Egipto éste se consideraba el único misterio ineluctable: más allá de la escisión primordial todo resulta, en principio, comprensible.
Y si se objeta que una filosofía basada en un misterio es insatisfactoria, hay que recordar que la ciencia moderna está plagada no sólo de misterios, sino de abstracciones que no se corresponden con ninguna experiencia posible en la realidad: el cero, que es una negación; el infinito, que es una abstracción; y la raíz cuadrada de menos uno, que es ambas cosas. Egipto evitó cuidadosamente lo abstracto. Tum (causa trascendente), al mirarse a sí mismo, creó a Atum a partir de Nun, las aguas primigenias.

En nuestros términos, la unidad, el absoluto o energía no polarizada, al hacerse consciente de sí, crea la energía polarizada. El uno se convierte simultáneamente en el dos y el tres. El dos, considerado en sí mismo, es divisible por naturaleza. El dos representa el principio de multiplicidad; cuando se desboca, el dos es la llamada del caos. El dos es la caída. Pero el dos se reconcilia con la unidad, se incluye en la unidad, por la creación simultánea del tres. El tres representa el principio de reconciliación, de relación (este «tres en uno» es, obviamente, la trinidad cristiana, la misma trinidad que se describe en innumerables mitologías de todo el mundo).

Los números no son abstracciones ni entidades en sí mismos. Los números son nombres aplicados a las funciones y principios sobre los que el universo se crea y se mantiene. A través del estudio del número —quizás sólo a través del estudio del número— se pueden comprender estas funciones y principios. En términos generales, damos todas estas funciones y principios por sentados; ni siquiera nos damos cuenta de que subyacen a toda nuestra experiencia y de que, al mismo tiempo, en gran medida los ignoramos. Sólo podemos medir los resultados, que nos proporcionan datos cuantitativos, pero no comprensión.

Experimentamos el mundo en términos de nacimiento, crecimiento, fertilización, maduración, senescencia, muerte y renovación; en términos de tiempo y espacio, distancia, dirección y velocidad. Pero la ciencia contemporánea sólo puede explicar todo esto en términos parciales, superficiales, cuantitativos. Y o bien se niega a admitir estas deficiencias, o bien aplica a los diversos misterios etiquetas impresionantes, pero carentes de significado. Con su nuevo y elocuente vocabulario, insiste en que el misterio se ha resuelto. «Presión selectiva», «valor de supervivencia», «interacción entre la genética y el entorno»: analice cualquiera de estas expresiones y encontrará que tras ellas subyacen todos los misterios de la fecundación, el nacimiento, el crecimiento, la maduración, la senescencia, la muerte y la renovación. Ninguno de ellos se puede explicar por el método científico.
Sin embargo, a partir de la reformulación de la mística pitagórica del número se puede tener una idea de su naturaleza. Schwaller de Lubicz denomina a la filosofía basada en el pitagorismo «la única filosofía verdadera». No se trata de arrogancia, sino del reconocimiento del hecho de que por este medio podemos empezar a comprender el mundo tal como lo experimentamos.

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