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viernes, diciembre 18, 2015
Autoestima y Felicidad
Se habla mucho de autoestima, pero ¿qué es la autoestima?
En primer lugar tenemos que analizar la similitud entre autoestima y felicidad.
La verdadera autoestima es aquella que nos permite ser más felices durante más tiempo.
Esto lleva consigo que todo aquello que nos reporta felicidad y lo hacemos es la verdadera autoestima.
La autoestima, en realidad, se refiere a todos y cada uno de los aspectos de la persona y a todas las áreas de su vida.
Cuando nos sentimos satisfechos con nosotros mismos y estamos contentos, todas nuestras relaciones son más satisfactorias, no tenemos problemas en el trabajo, se reducen las disputas familiares, nuestra salud es mejor, etc. etc.
La autoestima debería tratarse como una prioridad de Estado.
En tan sólo una década se ha pasado del absolutismo egocentrista a la apertura del corazón. Si en la década de los ochenta tener un buen trabajo y ganar dinero se situaba por delante de disfrutar de una satisfactoria vida familiar, como objetivo para ser feliz, al final de la década actual, el mundo palpita de otra forma.
En España, más de la mitad de las personas, un 56%, opinan que precisan del calor y del afecto de sus seres queridos para poder decir que son felices. Mientras que al dinero sólo le dan importancia un 26%.
"La vida feliz es la que está conforme con su naturaleza", esta es la primera definición elaborada por Séneca.
Para otros filósofos como Kant, la ética, la dimensión moral es inseparable de la felicidad.
Lo que sí es cierto es que la felicidad depende de cada uno. Cada persona la experimenta de manera exclusiva y la predisposición juega un papel determinante para ser feliz.
Cuando se está radiante de energía, entran en escena las endorfinas que son unas sustancias con una estructura prima similar a la de los opiáceos, que se fabrican en los núcleos del tallo cerebral y que pasadas por el electroencefalograma se identifican como ondas alfa.
Traduciendo esto, significa que un profundo bienestar, una sensación de andar flotando y una insólita paz se apodera del afortunado.
Sobre la actividad cerebral de una persona feliz actúan también los neurotransmisores cerebrales, que son sustancias sintetizadas por las neuronas, como la serotonina, la noradrenalina y la dopamina.
Por eso han tenido tanto éxito los fármacos como el Prozac y demás familia, que no son, ni más ni menos, que inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y que ayudan a salir de la depresión y de la tristeza.
Lo innegable es que la tristeza sigue engullendo la vida de mucha gente. Para ser feliz hay que entenderse, conocerse y aceptarse.
A partir de ahí ya es posible desarrollar otras áreas que contribuyan a la satisfacción.
La felicidad personal sirve a la vez para alegrar la vida de aquellos que nos rodean.
Las personas que se califican como felices son más tolerantes con otros, los valoran mejor, perciben el mundo como un lugar más seguro y toman decisiones con mayor facilidad.
La mayoría de las personas muestran mayor facilidad para recordar los hechos positivos que los dolorosos, excepto los depresivos, quienes superponen lo negativo a la felicidad.
Correr un tupido velo, es decir, crear una laguna para defenderse de las amenazas que harían tambalear la felicidad, no evita el problema.
Si uno se encuentra frente a un león, puede cerrar los ojos pero el animal seguirá frente a él acechándolo.
La buena noticia es que es posible descubrir esas mentiras que el hombre se cuenta a sí mismo y a los demás y encontrar la verdadera felicidad.
El nivel de ingresos, la educación, la cultura, la capacidad para compartir las propias vivencias, la exigencia de actuar como a uno le gustaría que se comportasen con él, son factores y principios que dan a la felicidad un enfoque personal.
Porque la felicidad no es una experiencia aislada, sino un cúmulo de vivencias cotidianas que varían a lo largo de los años.
El entorno, las circunstancias y la propia educación tienen mucho que ver en la consecución de la felicidad.
Aceptar el dolor. Ser feliz no presupone la ausencia de dolor o de tristeza. La muerte o el abandono de un ser querido no se puede pasar por alto. Pero si se puede valorar la vida en su conjunto.
Muchas veces el sufrimiento está en nosotros y sólo aparece cuando nos resistimos al dolor.
El dolor tiene un sentido comprensible: avisa que algo no va bien. Para superarlo hay que aceptarlo.
Saber que se quiere ser feliz e ir buscando la manera de hacerla un hueco en nuestra vida, es ya un excelente comienzo para atraerla.
Que permanezca o se esfume es una cuestión personal de autoestima y generosidad, sobre todo con uno mismo.
En primer lugar tenemos que analizar la similitud entre autoestima y felicidad.
La verdadera autoestima es aquella que nos permite ser más felices durante más tiempo.
Esto lleva consigo que todo aquello que nos reporta felicidad y lo hacemos es la verdadera autoestima.
La autoestima, en realidad, se refiere a todos y cada uno de los aspectos de la persona y a todas las áreas de su vida.
Cuando nos sentimos satisfechos con nosotros mismos y estamos contentos, todas nuestras relaciones son más satisfactorias, no tenemos problemas en el trabajo, se reducen las disputas familiares, nuestra salud es mejor, etc. etc.
La autoestima debería tratarse como una prioridad de Estado.
En tan sólo una década se ha pasado del absolutismo egocentrista a la apertura del corazón. Si en la década de los ochenta tener un buen trabajo y ganar dinero se situaba por delante de disfrutar de una satisfactoria vida familiar, como objetivo para ser feliz, al final de la década actual, el mundo palpita de otra forma.
En España, más de la mitad de las personas, un 56%, opinan que precisan del calor y del afecto de sus seres queridos para poder decir que son felices. Mientras que al dinero sólo le dan importancia un 26%.
"La vida feliz es la que está conforme con su naturaleza", esta es la primera definición elaborada por Séneca.
Para otros filósofos como Kant, la ética, la dimensión moral es inseparable de la felicidad.
Lo que sí es cierto es que la felicidad depende de cada uno. Cada persona la experimenta de manera exclusiva y la predisposición juega un papel determinante para ser feliz.
Cuando se está radiante de energía, entran en escena las endorfinas que son unas sustancias con una estructura prima similar a la de los opiáceos, que se fabrican en los núcleos del tallo cerebral y que pasadas por el electroencefalograma se identifican como ondas alfa.
Traduciendo esto, significa que un profundo bienestar, una sensación de andar flotando y una insólita paz se apodera del afortunado.
Sobre la actividad cerebral de una persona feliz actúan también los neurotransmisores cerebrales, que son sustancias sintetizadas por las neuronas, como la serotonina, la noradrenalina y la dopamina.
Por eso han tenido tanto éxito los fármacos como el Prozac y demás familia, que no son, ni más ni menos, que inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y que ayudan a salir de la depresión y de la tristeza.
Lo innegable es que la tristeza sigue engullendo la vida de mucha gente. Para ser feliz hay que entenderse, conocerse y aceptarse.
A partir de ahí ya es posible desarrollar otras áreas que contribuyan a la satisfacción.
La felicidad personal sirve a la vez para alegrar la vida de aquellos que nos rodean.
Las personas que se califican como felices son más tolerantes con otros, los valoran mejor, perciben el mundo como un lugar más seguro y toman decisiones con mayor facilidad.
La mayoría de las personas muestran mayor facilidad para recordar los hechos positivos que los dolorosos, excepto los depresivos, quienes superponen lo negativo a la felicidad.
Correr un tupido velo, es decir, crear una laguna para defenderse de las amenazas que harían tambalear la felicidad, no evita el problema.
Si uno se encuentra frente a un león, puede cerrar los ojos pero el animal seguirá frente a él acechándolo.
La buena noticia es que es posible descubrir esas mentiras que el hombre se cuenta a sí mismo y a los demás y encontrar la verdadera felicidad.
El nivel de ingresos, la educación, la cultura, la capacidad para compartir las propias vivencias, la exigencia de actuar como a uno le gustaría que se comportasen con él, son factores y principios que dan a la felicidad un enfoque personal.
Porque la felicidad no es una experiencia aislada, sino un cúmulo de vivencias cotidianas que varían a lo largo de los años.
El entorno, las circunstancias y la propia educación tienen mucho que ver en la consecución de la felicidad.
Aceptar el dolor. Ser feliz no presupone la ausencia de dolor o de tristeza. La muerte o el abandono de un ser querido no se puede pasar por alto. Pero si se puede valorar la vida en su conjunto.
Muchas veces el sufrimiento está en nosotros y sólo aparece cuando nos resistimos al dolor.
El dolor tiene un sentido comprensible: avisa que algo no va bien. Para superarlo hay que aceptarlo.
Saber que se quiere ser feliz e ir buscando la manera de hacerla un hueco en nuestra vida, es ya un excelente comienzo para atraerla.
Que permanezca o se esfume es una cuestión personal de autoestima y generosidad, sobre todo con uno mismo.
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