Mantener una atención consciente no es fácil. El movimiento, las obligaciones del día a día, distraen constantemente. Sin una base de operaciones, sin un hogar en el organismo de uno, la atención sirve a los pensamientos, sentimientos y apetitos motivados por el azar, que entra en conflicto y tratan de dominarse unos a otros.
La sensación de las partes o de todo el cuerpo puede anclar la atención, proporcionándole una especie de hábitat. La estructura, al hacerse más sensible, ayuda a unificar la atención de manera que sea menos proclive a los desvíos hacia los canales de la mente que consumen su poder. A su vez, las percepciones y sensaciones se aceleran y se multiplican los destellos interiores de comprensión.
Abrirse a la fuerza de la atención evoca un sentido de plenitud y equilibrio. Uno puede vislumbrar la posibilidad de un estado de conciencia inconmensurablemente superior al del mecanismo reactivo, una conciencia que trasciende el modo de respuesta sujeto/objeto automático de uno.
Al fluir libremente, el efecto de la atención consciente capaz de transformar y concentrar conduce los ritmos dispersos de los centros vitales, hacia una relación relativamente balanceada. El pensar, el sentir y la sensación son equilibrados bajo su influencia vibrante y armonizante.
La atención consciente es una fuerza independiente que no será manipulada por las partes de uno. Limpia todo ruido interno, siendo un instrumento que vibra como un cristal con su propia frecuencia. Está libre para recibir señales transmitidas en cada momento por un universo creativo en comunicación con todo lo creado.
Sin embargo, la atención no es de uno. Cuando ella está presente, uno sabe que no se origina por completo desde uno. Su fuente rodeada de misterio, comunica energía de una calidad que la mente no se puede representar. Uno tiene que estar al servicio de la atención consciente. Uno se prepara para su llegada a través de la quietud activa.
Los momentos de calma, libres de tensión, la estructura del hombre se abre a las corrientes de energía que de ordinario están bloqueadas. A su vez, esas energías se mezclan con materiales previamente recibidos para ponerse al servicio de lo más elevado en un intercambio sin nombres ni palabras.
La atención no sólo está mediando; también está transmitiendo. Dando y recibiendo, el espíritu habla al hombre. Recibiendo y dando, el hombre le habla al espíritu. Así como una estructura humana necesita ser vivificada por la infusión de vibraciones más sutiles; así mismo esas vibraciones requieren, para su mantenimiento, mezclarse con material más tosco. Sin la transmisión hacia arriba de energías por intermedio de la atención consciente, el universo terminaría por rendirse a la entropía.
En el ser humano, la más pequeña deformación de una atención equilibrada clausura esta comunicación de doble vía. Por sí misma, la mente no puede mantenerla. Un cuerpo relajado también es necesario. A medio camino entre el microcosmos y el macrocosmos, el ser humano tiene su papel que cumplir. Volver al cuerpo es un gesto de abrirse a la atención; cuando ella es llamada, está lista para cumplir su función cosmológica.
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