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viernes, septiembre 27, 2019

Observarse a Sí mismo

Para comprendernos a nosotros mismos necesitamos ante todo una mente capaz de observar sin alterar nada. Eso requiere de una plena atención por nuestra parte. Y esa observación aparece cuando hay una necesidad real de conocerse, cuando la mente es capaz de rechazarlo todo y se limita solo a observar.
Nunca nos observamos en la acción. Nunca nos vemos funcionando mecánicamente ni nos damos cuenta de que es así como queremos funcionar. Necesitamos convencernos de las desorientaciones, de las experiencias y del saber que nos impiden observarnos. Esa clase de observación es el principio del conocimiento de uno mismo.
Cuando tratamos de pensar, de sentir cada pensamiento o cada emoción, nos ocurre que nuestra atención divaga por todas partes. Los pensamientos nunca terminan, las emociones no desaparecen y no llegamos a descubrir el sentido profundo de esos pensamientos o de esas emociones. Es necesario que todo el proceso se haga más lento, pero esta desaceleración no puede ser impuesta, sino nos crearía conflictos. Las imposiciones anulan el esfuerzo. No obstante, el hecho mismo de la observación desacelera el proceso.

El movimiento de las emociones se hace más lento cuando la atención se vacía de toda imagen, palabra o experiencia. Un pequeño instante ocurre antes de que aparezca la reacción bajo la forma de pensamiento o emoción, y entonces es cuando podemos verlos aparecer. Verlos de tal manera que conozcamos su realidad. Como nuestro único interés es ver, no detenemos los hechos que se producen y su contenido profundo nos es revelado. Estamos delante de un hecho. Por primera vez comprendemos lo que es un hecho: algo que no puedo cambiar, que no se puede evitar, algo que es. Aquí está lo real. La verdad se vuelve todopoderosa para nosotros. Un estado de atención es un estado en el cual todo saber se ha detenido y solo existe la búsqueda, ¿cómo se puede llegar a conocer algo viviente? Siguiéndolo. Para conocer el Yo, debemos seguirlo.

Observarse a sí mismo es necesario, pero esta práctica muchas veces ha sido mal comprendida. Normalmente, cuando observamos, hay un centro desde donde se realiza la observación y la mente proyecta la idea de observar. Pero la idea no es la observación; ver no es una idea, el acto de ver es una experiencia. No es fijar la mente sobre un objeto. El objeto es uno mismo vivo, un ser que necesita ser reconocido para vivir. No es un punto fijo que mira a otro. Es un acto total, una experiencia que solo se puede realizar cuando no hay separación entre lo que ve y lo que es visto. No hay un centro desde donde se hace la observación. Hay un sentimiento de un tipo especial, un deseo de conocer, un afecto que envuelve todo lo que se ve y no deja de interesarse por nada. Necesitamos ver. Cuando comenzamos a ver, se comienza a amar lo que vemos. Estamos en contacto con lo que vemos, intensamente, completamente. Ese conocimiento es el resultado de esta nueva condición. Despertamos a lo que somos y tocamos la fuente del verdadero amor, una cualidad del ser.

La verdad de lo que somos solo puede ser vista por una inteligencia en nosotros, una energía impecable que ve. Debe haber una relación muy precisa entre el pensamiento habitual y esa visión; una debe someterse a la otra; de otra manera, uno es tomado por el material del pensamiento. No puede haber ninguna contradicción, por pequeña que sea, en uno mismo; de lo contrario, no puedo ver. Una contradicción quiere decir, por un lado, la necesidad de conocer lo que uno es, y por otro, una mente que funciona sola, para ella misma; una emoción que trabaja sola, para ella misma; y tensiones que separan de una sensación. ¿Vamos a tratar de cambiar nuestro estado porque ayer tuvimos uno mejor?; o bien, en esta oscuridad y porque se siente, la necesidad de claridad, de visión, ¿se hace sentir? Si sentimos la necesidad de ver, un sentimiento que es completamente diferente, poco a poco las tensiones disminuyen por sí solas. Es abrirse a esa energía sin buscar alcanzar resultados. Debe haber una fuerza que el cuerpo perciba; de lo contrario, él no se abrirá. La energía se libera y aparece una realidad interior. Ya no hay contradicción. Ahora se ve... solo vemos.

Observarse sin conflicto es como seguir un torrente. Con una mirada que se anticipa al agua que se precipita, ver el movimiento de cada pequeña ola. Uno no tiene tiempo de formular, de nombrar, de juzgar. Ya no hay pensamiento. El cerebro se vuelve muy tranquilo, muy sensible, muy vivo, pero tranquilo. Puede ver sin distorsión. La observación silenciosa hace nacer la comprensión, pero esa verdad debe ser vista. El orden nace de la comprensión de lo que es el desorden.
Esa posibilidad de ser a la vez el caos y la presencia al caos es el conocimiento de otro orden de cosas.

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