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miércoles, noviembre 20, 2024

Manipulación y Mercantilización de la Angustia Humana

En una época en que los medios corporativos prosperan creando sagas que inducen miedo (ya sea el espectro de un cambio climático catastrófico, brotes virales inventados o la sombra inminente del Armagedón nuclear), ¿deberíamos realmente sorprendernos de que las “pandemias de salud mental” sean la norma y no la excepción?

Cuando el miedo no basta, la sociedad recurre al siguiente paso lógico: la solución de la industria farmacéutica. El médico, un mero engranaje de esta máquina, receta “pastillas biofarmacéuticas” con ingredientes tan misteriosos como los supuestos beneficios que prometen.

¿Y si estos consuelos químicos no logran calmar tu miedo existencial? Pues entonces te llevan a los brazos reconfortantes de los servicios de salud mental, donde los profesionales, armados con dudosos manuales de diagnóstico, te etiquetan, medicando tu esencia misma. Esto no es un tratamiento médico; es una cadena de montaje para convertir a los humanos en seres sedados que caminan, perfectamente adaptados a la realidad distópica creada por quienes se benefician de nuestro pánico.

Ahora, hablemos de las mentes jóvenes, el futuro de nuestra especie. Nuestros niños, que alguna vez brillaron con la curiosidad y la energía naturales de la juventud, ahora están siendo sometidos químicamente bajo el pretexto de controlar “problemas de conducta” o depresión.

Es una ironía terrible que en un mundo en el que clamamos por la individualidad, estemos adoctrinando a nuestros hijos para que no sean más que nodos silenciosos y obedientes en una red de control. Se les alimenta con propaganda bajo el estandarte de la educación: que el CO2, el aliento mismo de la vida, es nuestra perdición; que la ciencia y la historia son verdades diseñadas a medida para adaptarse a una agenda; que la vacunación constante es el único escudo contra la próxima pandemia fantástica, filtrada en un laboratorio o fabricada por los medios. Esto no es educación; es adoctrinamiento. No es solo desinformación; es un ataque a la inocencia y la verdad de la infancia, disfrazado de cuidado.

El término “Psique” del que deriva el nombre de la psicología, apunta etimológicamente al estudio del alma, una exploración supuestamente orientada a comprender las capas más profundas de la existencia humana.

Sin embargo, lo que encontramos en la práctica actual de la psicología y la psiquiatría es una marcada desviación de esta noble búsqueda. En lugar de profundizar en la profunda sabiduría de las escrituras antiguas que detallaban la ciencia del alma con reverencia y profundidad, nos encontramos en una industria que se parece más a un mercado donde las almas no se curan sino que se las conduce a la dependencia farmacéutica.

Los psiquiatras, al igual que sus colegas médicos, recetan medicamentos basándose únicamente en los síntomas, una práctica que contradice la ciencia empírica. No se trata de un tratamiento, sino de conjeturas disfrazadas de autoridad médica.

A la comunidad psiquiátrica le gusta encubrirse con el manto de la ciencia, pero sus diagnósticos tienen más que ver con la interpretación del comportamiento que con cualquier realidad bioquímica. Estos supuestos "expertos" manejan sus diagnósticos como si fueran un mazo, sentenciando a las personas a una vida de estigma y medicación sin el respaldo de evidencia sólida y reproducible. Esta práctica no suena a ciencia; huele a control, manipulación y mercantilización de la angustia humana para beneficio de las corporaciones.

Además, la industria farmacéutica, con sus bolsillos llenos y sus intereses creados, se ha apropiado de lo que debería ser un enfoque holístico de la salud mental, convirtiéndolo en una cadena de montaje para la distribución de medicamentos. Los efectos secundarios de estos medicamentos, que a menudo se pasan por alto en aras de obtener beneficios, a veces pueden ser tan perjudiciales como los síntomas que se supone que deben aliviar. Esto no es atención sanitaria, es una apuesta con vidas humanas, donde los dados están cargados a favor de las grandes farmacéuticas.

Cuando la psiquiatría entra en juego, no sólo está en juego tu cordura, sino también tu propia estructura familiar. Imagínate un sistema en el que una sola opinión psiquiátrica puede despojarte de tus derechos parentales porque, a los ojos de una industria con ánimo de lucro, tu hijo ha sido "considerado" un enfermo mental. No se trata de una distopía orwelliana, sino de la realidad en lugares como Irlanda, donde el Estado puede anular los derechos parentales basándose en el juicio subjetivo de un profesional cuyo conjunto de herramientas incluye más opciones farmacéuticas que precisión diagnóstica.

El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV), la supuesta "biblia" de la psiquiatría, es menos un documento científico que un manifiesto político, aprobado no por evidencia empírica sino por consenso de un comité. El propio Allen Frances, que en su día dirigió el DSM-IV, admite la falta de pruebas objetivas y denuncia la vaguedad fundamental del sistema.

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