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lunes, diciembre 30, 2024

La Manera de Hablar

El uso y el poder de la palabra es el primer aspecto a tener en cuenta en nuestro proceso de convertirnos en el alquimista de nuestra vida y del mundo que nos rodea.
Jesús decía, como así lo recoge la Biblia, que el poder de la vida y la muerte está en el lenguaje.
La palabra o el lenguaje que utilizamos es la verdadera moneda de cambio, la que nos abre las puertas o las puede cerrar.
En mi vida, he observado este proceso por mí mismo y compruebo que cuando mantengo una actitud positiva, en relación al mundo que me rodea, los demás y hacia mí mismo, el cambio que se produce es espectacular. Todo mi ser goza y está lleno de alegría. Cualquier pensamiento o palabra que digo para ofender o criticar a alguien, inevitablemente me causa un dolor casi irreparable. Muchas veces me pregunto, ¿hasta cuándo conseguiré aguantar los embates de mi propia irresponsabilidad? ¿Qué me lleva a actuar de esta manera? Es más, ¿Por qué, si aun sabiéndolo, sigo cometiendo los mismos errores?

El acomodamiento, el hábito y sobre todo la “importancia personal” son los elementos que inducen este comportamiento.

Pero, ¿por qué me acomodo al malestar? El acomodamiento es una falta de responsabilidad. Es la vagancia, la falta de objetivos, de motivación.

¿Por qué no hay objetivos? Los objetivos existen, pero no pasan de ser una fútil forma de querer llamar la atención, en nuestro deseo de demostrar que somos “mejores” que alguien. Aquí se pierde la responsabilidad, por no poder responder hábilmente ante lo que es un deseo que ni tan siquiera nos pertenece. Son las cuestiones sin resolver de la continuidad del sistema perceptivo que sostenemos, nuestro mundo. La manera de vivir y morir se manifiestan aquí como la realidad. Queremos hacernos cargo de cuestiones que están más allá de nuestro alcance. Esto nos lleva a querer recrear en el futuro lo que ocurrió en el pasado y que, según tú, no se resolvieron de la manera más conveniente. Muchas –la mayoría- se van haciendo inconscientes, porque en el fondo nos da miedo que pudieran llegar a producirse, y se olvidan con el pasar del tiempo, al menos en la forma. Este miedo resultante, nos va a condicionar de manera definitiva durante toda nuestra vida en cualquier toma de decisiones.

El miedo tiene la función biológica de protegernos. De ahí se deriva el deseo inconsciente de protegernos con el miedo, en un afán por sobrevivir. Algunos estudios revelan que nuestras actitudes están determinadas en un 10% por factores externos y en 90% por nuestra propia mente. Si esto es cierto, ¿por qué nuestra actitud ante la vida suele ser tan diferente de cómo realmente queremos que sea?

En parte, la razón reside en que modelamos nuestra actitud tomando como punto de referencia a las personas que nos rodean, sobre todo en los primeros años de nuestra vida. A una edad tan temprana no nos preguntamos si ésa es la actitud que deseamos para el resto de nuestra vida. Por eso luchamos contra ella y sentimos que no se ajusta a nosotros, es como si lleváramos los zapatos de otra persona.

Imagina que te hallas frente a un estanque, con una piedra en cada mano. En la mano izquierda tienes una piedra contaminante y si la lanzas, contaminarás toda el agua del estanque para las generaciones futuras.
En la mano derecha tienes una piedra purificadora y si la lanzas purificarás el agua para las generaciones futuras. Tú decides que piedra lanzar.
Ahora imagina que las palabras que utilizas son como las piedras y el agua son las personas que nos rodean. Si eliges palabras negativas, éstas contaminarán nuestra mente y destruirán tu entorno, el de los demás y, quizá, el de generaciones futuras.
Por el contrario, si eliges palabras positivas, estás purificando, apoyando y motivando.
La pregunta es: ¿Qué clase de entorno puedo crear para mí, para las personas que me rodean y para el mundo con mis palabras?

La palabra surge del pensamiento, del sentimiento y de la creencia. Las palabras que usamos dicen mucho de nosotros mismos, en relación a lo que sentimos y en lo cual creemos.

Solemos estar siempre excusándonos. Dices algo y, si hay miradas inquisitivas a tu alrededor, te retractas o intentas buscar aliados, contra más poderosos mejor, que apoyen tu planteamiento.

El poder de la palabra está en lo que dices y en cómo lo dices. Es una dualidad compartida que engloba dentro de sí el cuerpo físico y la mente (pensamiento-sentimiento).

Para expresar algo necesitas energía. Puedes decir lo que quieras, siempre que tengas la energía suficiente para decirlo.
Cuando expresamos algo estamos invocando el intento de la Manifestación.
Ser conscientes, o no, de este proceso, no significa que no se produzca en todas y cada una de las ocasiones que tenemos, es decir, en todo lugar y a cada momento.
No podemos corregir eso. El poder de la palabra es así. Por sí mismo manifiesta Todo. Tu debilidad o fortaleza, tu miedo o tu confianza. Donde si podemos acceder es al uso y al contenido que utilizamos al usar el poder de la palabra.

Si te fijas bien, lo que dices es producto de lo que piensas. Según sean tus pensamientos así son tus palabras, lo que vas a expresar, o tu silencio, que también es otra manera de expresar, en este caso sería no-expresar, forman parte de tus pensamientos más íntimos. Es por eso por lo que no tenemos “pensamientos privados”, todos forman parte de la totalidad en la que estamos inmersos.

Para fomentar la confianza en nosotros mismos o en los demás, nuestra actitud, mediante el uso que hagamos de la palabra, va a decir mucho a favor o en contra.
Si queremos ver la vida con ojos nuevos, tenemos que empezar por revisar nuestros pensamientos, nuestras actitudes y nuestra forma de hablar. Ver en qué situaciones o con cuáles personas utilizamos un lenguaje poco constructivo y, simplemente, cambiarlo.

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