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El conocimiento de la conciencia de ser
es la única Libertad que tenemos.
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sábado, noviembre 09, 2019
El Vigilante
Uno debe llegar a saber si es consciente o no de sí mismo en un determinado momento y debe reconocer todos los niveles de esa conciencia. Su presencia o ausencia puede así ser probada por un acto interior de observación.
Nos enfrentamos a algo desconocido. Estamos frente a un misterio, el misterio de la Presencia. Debemos sentir que no podemos pretender conocer ese misterio con nuestros medios ordinarios. Si comprendemos, al menos mentalmente, lo que significaría estar presente, con todos los elementos de nuestra Presencia, y no solo con la cabeza, la sensación o las emociones, tal vez no estaríamos aun verdaderamente presentes, pero estaríamos en busca de una dirección común. ¿Quién está presente? ¿Presente a quién? ¿Quién ve a quién? Ahí está todo el problema.
Para observarse hace falta una atención diferente de la atención ordinaria. Emprender la lucha del que vigila. Buscar que haya en nosotros un vigilante estable. Alguien que vigile. Solo el que vigila está activo. El resto de nosotros mismos está pasivo. El que vigila debe recibir una impresión del estado interior tratando de tener, al mismo tiempo, un sentido del Todo. Debemos aprender a ver que el verdadero Yo no está ahí, y que el personaje toma el poder y hasta pretende ser el único que existe. Uno tiene poder sobre el otro. Es necesario invertir los roles.
El peligro está en que no nos damos cuenta de que los roles vuelven a cambiarse. Necesitamos poner atención; pero, en realidad, lo que necesitamos es conocer nuestra falta de atención. La observación de uno mismo enseña cómo concentrarse mejor y fortalece la atención. Nos hace ver que no nos recordamos a nosotros mismo, que no vemos el estado de sueño en que nos encontramos. Estamos fragmentados; nuestra atención está dispersa y no tiene ninguna fuerza disponible para ver. Cuando despertamos, hacemos un esfuerzo por liberar una atención suficiente, capaz de oponerse a esa dispersión y verla. Es un estado más voluntario. Ahora hay alguien que vigila y ese vigilante es un estado diferente de conciencia.
Sin embargo, debemos recordar siempre que no sabemos lo que somos y que todo el problema es saber quién está presente. La observación de uno mismo por parte del pensamiento habitual, con la separación entre el observador y lo que es observado, no hace más que reforzar la ilusión del yo. Comenzamos a ver dos aspectos, dos naturalezas en nosotros mismos: una naturaleza superior, relacionada con un mundo, y una naturaleza inferior, relacionada con otro mundo. ¿Qué es lo que somos? No somos ni lo uno ni lo otro. Participamos de una naturaleza divina y de una naturaleza animal. El hombre es doble. No se ha unificado. Es solo una promesa de hombre hasta que pueda vivir con sus dos naturalezas presentes en sí mismo, sin retirarse a una u otra. Si se retira a su parte más elevada, se aleja de sus manifestaciones y no puede ya evaluarlas. El hombre que siempre vigila es aquel que se recuerda a sí mismo en las dos direcciones y tiene sus dos naturalezas siempre enfrentadas.
Nos enfrentamos a algo desconocido. Estamos frente a un misterio, el misterio de la Presencia. Debemos sentir que no podemos pretender conocer ese misterio con nuestros medios ordinarios. Si comprendemos, al menos mentalmente, lo que significaría estar presente, con todos los elementos de nuestra Presencia, y no solo con la cabeza, la sensación o las emociones, tal vez no estaríamos aun verdaderamente presentes, pero estaríamos en busca de una dirección común. ¿Quién está presente? ¿Presente a quién? ¿Quién ve a quién? Ahí está todo el problema.
Para observarse hace falta una atención diferente de la atención ordinaria. Emprender la lucha del que vigila. Buscar que haya en nosotros un vigilante estable. Alguien que vigile. Solo el que vigila está activo. El resto de nosotros mismos está pasivo. El que vigila debe recibir una impresión del estado interior tratando de tener, al mismo tiempo, un sentido del Todo. Debemos aprender a ver que el verdadero Yo no está ahí, y que el personaje toma el poder y hasta pretende ser el único que existe. Uno tiene poder sobre el otro. Es necesario invertir los roles.
El peligro está en que no nos damos cuenta de que los roles vuelven a cambiarse. Necesitamos poner atención; pero, en realidad, lo que necesitamos es conocer nuestra falta de atención. La observación de uno mismo enseña cómo concentrarse mejor y fortalece la atención. Nos hace ver que no nos recordamos a nosotros mismo, que no vemos el estado de sueño en que nos encontramos. Estamos fragmentados; nuestra atención está dispersa y no tiene ninguna fuerza disponible para ver. Cuando despertamos, hacemos un esfuerzo por liberar una atención suficiente, capaz de oponerse a esa dispersión y verla. Es un estado más voluntario. Ahora hay alguien que vigila y ese vigilante es un estado diferente de conciencia.
Sin embargo, debemos recordar siempre que no sabemos lo que somos y que todo el problema es saber quién está presente. La observación de uno mismo por parte del pensamiento habitual, con la separación entre el observador y lo que es observado, no hace más que reforzar la ilusión del yo. Comenzamos a ver dos aspectos, dos naturalezas en nosotros mismos: una naturaleza superior, relacionada con un mundo, y una naturaleza inferior, relacionada con otro mundo. ¿Qué es lo que somos? No somos ni lo uno ni lo otro. Participamos de una naturaleza divina y de una naturaleza animal. El hombre es doble. No se ha unificado. Es solo una promesa de hombre hasta que pueda vivir con sus dos naturalezas presentes en sí mismo, sin retirarse a una u otra. Si se retira a su parte más elevada, se aleja de sus manifestaciones y no puede ya evaluarlas. El hombre que siempre vigila es aquel que se recuerda a sí mismo en las dos direcciones y tiene sus dos naturalezas siempre enfrentadas.
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