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CIENCIAS ETERNAS


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viernes, mayo 08, 2020

El Bambú Japonés, una historia de Perseverancia

Es una historia bastante conocida, se trata del bambú japonés. Una planta no apta para impacientes. El agricultor planta la semilla, la abona y la riega. Hasta aquí todo normal.
La gran diferencia con otras plantas es que en los próximos siete años no vamos a ver absolutamente ninguna mejora, al menos a simple vista. Un agricultor impaciente o inexperto podría pensar que la semilla se murió o que eran infértiles, abandonando en su empeño.
Sin embargo, a partir del séptimo año y en un periodo de sólo seis semanas, la planta de bambú crece más de 30 metros. ¡Increíble!


Durante los primeros siete años, aunque no se ve nada por la superficie, el bambú está desarrollando un complejo sistema de raíces que le permitirán sostener el fuerte crecimiento después de esos siete años de vida.

Hoy en día vivimos en un mundo muy rápido, donde queremos todo "para ayer", queremos soluciones rápidas y triunfar rápidamente y sin esfuerzo. Y el éxito en cualquier actividad que realicemos es como el crecimiento del bambú, un crecimiento interno que lleva tiempo.
También podemos aprender de esta historia que en muchas ocasiones, en nuestro camino, nos encontraremos pérdidos y frustrados porque los resultados no llegan, o porque las cosas no están ocurriendo como queremos, o simplemente pensamos que no estamos avanzando. Pero la realidad es que sí está suciendo. Al igual que las raíces del bambú, mientras sigamos trabajando y esforzándonos, sin abandonar, algo estará ocurriendo dentro de nosotros, estaremos creciendo y madurando.
Al final, como el bambú, el éxito o los objetivos aparecen de forma rápida, pero detrás de todo ello tiene que haber un trabajo constante y perseverante. Lamentablemente, no hay atajos posibles.

Recuerda, si no consigues lo que anhelas, no desesperes... quizá sólo estés echando raíces.

Fuente: Blog Opciones y Spreads

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lunes, diciembre 16, 2019

La Actitud es nuestra Meta y a la vez nuestro Camino

Buscamos acercarnos a lo desconocido, abrir la puerta a lo que está escondido en nosotros y franquearla. Habría que someterse completamente a ese sentimiento de lo sagrado que hay en nosotros, pero solo lo podemos hacer parcialmente. Lo sagrado se manifiesta como conciencia interior y debe ser encontrado dentro. La verdad, la única verdad, está en la conciencia.
Todo lo que existe está constituido por tres fuerzas. La fuerza activa, la fuerza pasiva y la fuerza conciliadora. La fuerza que desciende es la que quiere volver a ascender. En el ser humano la cabeza se opone al cuerpo. La fuerza conciliadora es la voluntad que los une, que los relaciona. Todo viene del deseo de esa voluntad.

Cualquiera que sea el estado en que nos encontremos en este momento, cualquiera que sea el significado de la fuerza que manifestemos, las posibilidades más altas están escondidas tras la densa pantalla de nuestra pasividad, que se cree autosuficiente. Nuestro destino comienza cuando sentimos la llamada de otra fuerza y respondemos voluntariamente a ella. Es el primer acto voluntario. Nos hacemos disponibles a la realidad de una fuerza que cambia la razón de estar aquí. Estamos aquí para escucharla. No para esperar algo de ella, ni para apropiarnos de ella, sino para comprender el acto, la acción que creará una posibilidad de vida responsable.
Estamos aquí, pero estamos vacíos, sin meta real, sin sentido, sin razón de ser. Todo el tiempo estamos bajo una sugestión: lo que esperamos, lo que aguardamos, lo que debemos hacer, lo que todo eso quiere decir. Nuestras funciones son pasivas, están bajo influencia y a merced de todo lo que las toque. Nuestro pensamiento oye palabras que cree conocer y asocia inmediatamente en torno a esas palabras.

Las emociones, al acecho de lo que les gusta o no les gusta, niegan o son curiosas. Y nuestro cuerpo digiere o se abandona en su pesadez. Cuando debemos manifestarnos, expresarnos, reaccionamos a la impresión recibida, siguiendo la manera en que nuestros centros fueron educados. Solo vemos formas ─cosas y personas─ nunca fuerzas. Nunca respondemos a partir de una visión, de una comprensión de la realidad. Lo que es más verdaderamente en nosotros no aparece. Todos los acontecimientos interiores o exteriores parecen ser un sueño porque no nos sentimos verdaderamente alcanzados por ellos.

La energía de nuestra mirada es pasiva. Solo vemos lo que observamos a través de una imagen, de una idea. En consecuencia, no vemos realmente, no estamos en contacto directo con lo que vemos. La atención se mantiene pasiva por la idea. La imagen. No está libre. Reaccionamos a la idea y las cosas se repiten indefinidamente de la misma manera. Nuestro pensamiento reacciona automáticamente, compara y obedece al material acumulado a lo largo del tiempo. ¿Podemos tener un pensamiento más activo que no esté continuamente ocupado en extraer algo de su memoria? Tal pensamiento se mantendría delante del hecho, sensible, sin ningún juicio ni sugestión, sin ningún pensamiento. Se mantendría simplemente por la urgencia de conocer lo verdadero. Ese pensamiento sería como una luz. Podría activamente ver.

La sensación también es pasiva. Tenemos un sentir de nosotros mismos bajo una forma familiar que se repite, una forma que corresponde a nuestra manera habitual de pensar. ¿Podemos tener una sensación más activa, despierta por entero a la energía que recibe? Esa sensación sería un instrumento de conocimiento y, como ese pensamiento, no tendría como meta el poseer.

Cuando experimentemos a la vez ese pensamiento y esa sensación más activos, descubriremos una voluntad nueva, un sentimiento de urgencia por ser así. Solo en el momento en que aparece en nosotros esa intensidad ─de querer ver, de querer conocer lo que es─ es cuando despertamos a lo que somos enteramente. Despertamos para conocer lo verdadero, lo real... no para cambiar. La actitud ha cambiado. Es más consciente.
Podemos ver que si ese querer activo no está, recaeremos en el sueño. El deseo de conocer y de comprender prima sobre todo. No es solo una idea en la cabeza, o una sensación, o emoción particular. Nos pide todo al mismo tiempo. ¿Podemos aprender a escucharlo?

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sábado, noviembre 23, 2019

El Esfuerzo Consciente

Para saber lo que nos anima a hacer un esfuerzo necesitamos una atención más consciente. Esa atención no puede ser mecánica, porque debe ser constantemente rectificada para que pueda ser perdurable. Habrá entonces alguien que vigile, y ese vigilante representará un estado de conciencia diferente.
Cuando uno se aparta de la vida para abrirse a sí mismo, en algún momento se siente pertenecer a un orden diferente. Recibe esa impresión y toma conciencia de ella. Ahora esa impresión va a formar parte de su Presencia. Está ahí para ayudarle, o bien relacionarle con un momento de esfuerzo y hacerle entrar en una asociación consciente, o bien la impresión se va a asociar inconscientemente y no le ayudará. Debemos hacerla aparecer conscientemente, asociándola con otra impresión. Entonces, debemos vigilar, con una atención voluntaria, para conservar una impresión consciente de uno mismo el mayor tiempo posible.

Hay momentos accidentales de recuerdo de sí debidos a impresiones conscientes o no conscientes. Esas impresiones demandan en nosotros, no sabemos cómo. Pero se nos escapan y se pierden porque no están relacionadas, no están asociadas intencionalmente. No tenemos ninguna actitud voluntaria acerca de ellas y solo nos pueden conducir a una reacción ciega. Necesitamos adoptar una actitud más consciente respecto a ellas. Al ver que de un momento a otro no somos lo mismo, se siente la necesidad de un punto de referencia, de medir esos estados diferentes en relación con algo que siempre permanece igual en nosotros. Todo nuestro trabajo gira alrededor de ese punto de referencia. Para nosotros representa la comprensión actual de lo que es ser un ser consciente.
Se necesita un sacrificio para conservar el sentimiento de Presencia que reconocemos en el momento del esfuerzo. Debemos aceptar renunciar intencionalmente a la voluntad ordinaria y hacerla servir. Todo depende de nuestra participación activa. En general enfatizamos demasiado la meta de no dejarse llevar, de no perder nuestro estado. Olvidamos hasta qué punto necesitamos ayuda. Confiamos en algo que nunca nos sostendrá y no le pedimos ayuda a lo más refinado que tenemos. Entonces nada nos sostiene y estamos desvalidos.

El sentimiento pasa por fases relacionadas con la atención. Al activarse, la atención adquiere algo más exquisito y es capaz de atrapar lo que pasa en otros niveles donde las vibraciones tienen una longitud de onda diferente. Cuando tenemos el sentimiento de Presencia estamos en relación con fuerzas superiores y al mismo tiempo con fuerzas inferiores. Estamos en el medio. No se puede tener una sensación de sí sin la participación de las fuerzas inferiores que trabajan en nosotros. Atención consciente significa algo que está entre dos mundos.
Lo que es difícil de comprender es que nada es posible sin esfuerzo consciente, y que el esfuerzo consciente está relacionado con la naturaleza superior. Solo la naturaleza inferior no puede llevarnos a la conciencia. Pero cuando despertamos y sentimos que pertenecemos a un mundo superior, esa no es sino solo una parte de nuestro esfuerzo consciente. Solo nos volvemos realmente conscientes cuando estamos abiertos a todas nuestras posibilidades superiores e inferiores. Solo hay valor en el esfuerzo consciente.

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sábado, noviembre 09, 2019

El Vigilante

Uno debe llegar a saber si es consciente o no de sí mismo en un determinado momento y debe reconocer todos los niveles de esa conciencia. Su presencia o ausencia puede así ser probada por un acto interior de observación.
Nos enfrentamos a algo desconocido. Estamos frente a un misterio, el misterio de la Presencia. Debemos sentir que no podemos pretender conocer ese misterio con nuestros medios ordinarios. Si comprendemos, al menos mentalmente, lo que significaría estar presente, con todos los elementos de nuestra Presencia, y no solo con la cabeza, la sensación o las emociones, tal vez no estaríamos aun verdaderamente presentes, pero estaríamos en busca de una dirección común. ¿Quién está presente? ¿Presente a quién? ¿Quién ve a quién? Ahí está todo el problema.

Para observarse hace falta una atención diferente de la atención ordinaria. Emprender la lucha del que vigila. Buscar que haya en nosotros un vigilante estable. Alguien que vigile. Solo el que vigila está activo. El resto de nosotros mismos está pasivo. El que vigila debe recibir una impresión del estado interior tratando de tener, al mismo tiempo, un sentido del Todo. Debemos aprender a ver que el verdadero Yo no está ahí, y que el personaje toma el poder y hasta pretende ser el único que existe. Uno tiene poder sobre el otro. Es necesario invertir los roles.
El peligro está en que no nos damos cuenta de que los roles vuelven a cambiarse. Necesitamos poner atención; pero, en realidad, lo que necesitamos es conocer nuestra falta de atención. La observación de uno mismo enseña cómo concentrarse mejor y fortalece la atención. Nos hace ver que no nos recordamos a nosotros mismo, que no vemos el estado de sueño en que nos encontramos. Estamos fragmentados; nuestra atención está dispersa y no tiene ninguna fuerza disponible para ver. Cuando despertamos, hacemos un esfuerzo por liberar una atención suficiente, capaz de oponerse a esa dispersión y verla. Es un estado más voluntario. Ahora hay alguien que vigila y ese vigilante es un estado diferente de conciencia.

Sin embargo, debemos recordar siempre que no sabemos lo que somos y que todo el problema es saber quién está presente. La observación de uno mismo por parte del pensamiento habitual, con la separación entre el observador y lo que es observado, no hace más que reforzar la ilusión del yo. Comenzamos a ver dos aspectos, dos naturalezas en nosotros mismos: una naturaleza superior, relacionada con un mundo, y una naturaleza inferior, relacionada con otro mundo. ¿Qué es lo que somos? No somos ni lo uno ni lo otro. Participamos de una naturaleza divina y de una naturaleza animal. El hombre es doble. No se ha unificado. Es solo una promesa de hombre hasta que pueda vivir con sus dos naturalezas presentes en sí mismo, sin retirarse a una u otra. Si se retira a su parte más elevada, se aleja de sus manifestaciones y no puede ya evaluarlas. El hombre que siempre vigila es aquel que se recuerda a sí mismo en las dos direcciones y tiene sus dos naturalezas siempre enfrentadas.

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miércoles, noviembre 06, 2019

¿Podemos Volvernos Conscientes?

Estar presente es una cuestión de la conciencia, una percepción especial, independiente de la actividad mental. Es una percepción de uno mismo: ¿Quién es uno? ¿Dónde está? ¿Qué conoce? En el momento de ser consciente, solo existe la impresión inmediata de una percepción directa. Esto difiere mucho de lo que solemos llamar la conciencia, en la que hay una especie de reflejo que acompaña fielmente lo que se experimenta y lo representa en la mente. Cuando esa conciencia refleja el hecho de que pensamos o sentimos algo, se trata de una segunda acción que sigue como una sombra a la primera. Sin esa sombra, estamos inconscientes del pensamiento o del sentimiento original que permanece ignorado. . Si, por ejemplo, uno se siente enojado, fuera de sí, solo lo ve cuando el reflejo, como un testigo, se lo susurra. Este susurro sigue tan de cerca el pensamiento o el sentimiento que lo ha precedido, que creemos que son una sola y misma cosa. Pero no es así en realidad.

Volverse consciente es una cuestión de las energías y de su relación. Una energía está siempre controlada por otra más activa, más fina, que nos vivifica más, como un imán. La energía con la que vivimos, nuestros pensamientos, emociones y sensaciones es una energía pasiva, inerte, volcada hacia el exterior, suficiente para satisfacer nuestra vida instintiva. Pero nunca queda suficiente energía interiormente para un acto interior de percepción, de conciencia. Sin embargo, nos queda un cierto poder de atención, al menos en la superficie: el poder de apuntar en una dirección determinada y de mantenerse ahí. Aunque sea frágil, ese germen de la atención es el emerger de la conciencia de su campo subyacente. Debemos aprender a concentrarnos, a desarrollar una capacidad indispensable para preparar el terreno. Es lo primero que uno hace por sí mismo, sin depender de nadie.

El ejercicio de estar presente a uno mismo es el recuerdo de sí. Las funciones, en lugar de estar dirigidas hacia lo exterior, están vueltas hacia lo interior, para una toma de conciencia. Necesitamos darnos cuenta de que no podemos comprender nada si no nos podemos recordar. Recordarnos de nuestras más altas posibilidades significa recordarnos de a qué estamos abiertos cuando nos aquietamos. Recordarnos significa también estar presente de nuestra situación, del lugar donde estamos, las condiciones en las que estamos, la forma en que somos utilizados por la vida, cuán libre somos o no. No hay entonces lugar para el sueño. Tal vez no lograremos un estado satisfactorio, tal vez seremos derrotados en la lucha. No importa. Lo que importa es el momento en que nos esforzamos por estar presente. No siempre podemos reencontrar un estado mejor que traiga algo nuevo. Nos sentimos incapaces y llegamos a la conclusión de que no hay nada en nosotros sobre lo cual podamos apoyarnos. Pero eso no es verdad. Hay algo. Cuando estamos en un estado mejor, podemos ver que hay en nosotros todos los elementos necesarios para lograrlo. Los elementos de ese estado ya están ahí. Esto significa que las posibilidades siempre están aquí, en nosotros.

No obstante, lo que falta es saber lo que queremos. Es eso lo que obstaculiza nuestra voluntad de trabajar. Sin saber lo que queremos, no intentaremos ningún esfuerzo; dormiremos. Sin el interés para transformar algo, para volvernos hacia nuestras más altas posibilidades, no tendremos nada seguro sobre lo cual apoyarnos para trabajar. Debemos regresar una y otra vez a la pregunta: ¿qué es lo que yo quiero? Esa pregunta debe convertirse para nosotros en asunto de vida o muerte. Pero ese deseo de otra calidad no tiene fuerza alguna si proviene de nuestro yo ordinario. Nuestro deseo debe estar relacionado con algo completamente diferente, algo libre de querer obtener resultados. No debemos olvidar para qué queremos obtener un resultado. Esto debe ser para nosotros realmente asunto de vida o muerte: querer vivir de una cierta manera.

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lunes, octubre 28, 2019

La Primera Iniciacion

Cuando entramos en contacto con el mundo, simultáneamente se forma una imagen de nosotros mismos. Estamos apegados a esa imagen de tal manera que la confundimos con nosotros mismos y buscamos afirmarla y protegerla. Somos esclavos de esa imagen; y como estamos tan apegados a ella y absorbidos por sus reacciones, no tenemos ya atención disponible para saber que somos algo diferente.

Tal como somos, no reconocemos nada mas allá de nosotros mismos, ni afuera ni en nosotros... En teoría tal vez, pero no en la realidad. De manera que no tenemos una referencia con la cual medirnos y vivimos únicamente de acuerdo con los «me gusta» o «no me gusta». Solo nos apreciamos a nosotros mismos y vivimos pasivamente según lo que nos agrada. Esa apreciación de nuestro yo nos ciega. Es el mayor obstáculo para una vida nueva. La primera exigencia para un trabajo en dirección a la conciencia de sí es cambiar esa apreciación, lo cual solo puede suceder si vemos en nosotros mismos algo que antes no habíamos visto. Y para ver tenemos que aprender a ver. Esa es la primera iniciación a la conciencia de ser.

Intentamos vernos tal como somos en un estado de identificación; intentamos experimentarnos como somos cuando estamos identificados. Necesitamos conocer la enorme dimensión de la fuerza que está detrás de la identificación y de su movimiento irresistible. Esa fuerza que nos sostiene en la vida no quiere el recuerdo de sí. Ella nos arrastra hacia la manifestación y rechaza el movimiento hacia el interior.

Al vernos en la identificación vemos que estamos en la vida. Pero si recordamos nuestras posibilidades más altas, nos perdemos y rechazamos lo que somos en la vida. Ese rechazo nos impide conocerla. Hay que ser astutos para atraparnos sin cambiar nada, sin cambiar nuestro deseo de manifestarnos. Necesitamos vernos como una máquina arrastrada por todos los procesos que aparecen: los pensamientos, los deseos, los movimientos. Necesitamos conocernos como autómatas, estar presente cuando funcionamos automáticamente. ¿Quiénes somos en la vida? Tenemos que experimentarlo y tener una impresión de ella más consciente.

Para hacer frente a la fuerza de la identificación, tiene que haber algo presente, algo que presencie, una atención estable, libre, que aspire a otro nivel. Ese esfuerzo proviene de algo que no forma parte de nuestros medios ordinarios. Necesitamos de cierta voluntad y de un deseo que nuestra personalidad ordinaria no conoce. El yo ordinario debe ceder su puesto. A fuerza de mantener la atención y no olvidarnos de mirar, tal vez un día podremos ver. Si vemos una vez, podremos ver una segunda vez, y si esto se repite, ya no seremos capaces de no ver.

Para observar, tenemos que luchar. Nuestra naturaleza ordinaria rechaza la observación de uno mismo. Necesitamos preparar, organizar nuestra lucha contra el obstáculo, retirarnos un poco de la identificación ─hablar, imaginar, expresar emociones negativas─ para poder observar. Una lucha consciente exige una elección y una aceptación. No es nuestro estado el que debe dictar esa elección. Debemos elegir la lucha por estar presente y aceptar que el sufrimiento aparecerá. No hay lucha sin sufrimiento. La lucha es inaceptable para nuestra naturaleza inferior. Eso la perturba. Por eso es tan importante recordar lo que uno quiere: el sentido de nuestro trabajo y de nuestra Presencia. Si nos negamos a satisfacer un hábito, por ejemplo de comer o de sentarnos de una cierta manera, no estamos luchando para cambiar ese hábito. Y cuando tratamos de no expresar las emociones negativas, no estamos luchando en contra de las emociones mismas, o para destruir su expresión. Es una lucha contra nuestra identificación, de forma que la energía, que de otra manera se desperdiciaría, sirva al trabajo. No luchamos contra algo. Luchamos por algo.

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lunes, octubre 14, 2019

Dónde está nuestra Atención

Uno no se da cuenta de cuán pasivo es, siempre arrastrado por los acontecimientos, las personas y las cosas. Empezamos un trabajo con mucho interés, conscientes de nuestra meta. Pero al cabo de cierto tiempo, el impulso se debilita, vencidos por la inercia. La comprensión disminuye y uno siente la necesidad de algo nuevo que restaure el entusiasmo, la vida. De esa manera, nuestro trabajo interior avanza por etapas y depende siempre de fuerzas nuevas. Esto está determinado por una ley. Hay que desechar la idea de que el avance se realiza en forma continua y en línea recta. Hay etapas en las que la intensidad disminuye y, si uno no quiere recaer es necesaria la aparición de una fuerza más activa.
El hombre pasivo en nosotros, el único que conocemos, es el que recibe toda nuestra confianza. Pero, mientras permanezcamos pasivos, nada nuevo ocurrirá. Hay que volverse activos en relación con nuestra inercia, en relación con el trabajo pasivo de nuestras funciones. Si queremos cambiar, tenemos que buscar en nosotros al hombre nuevo, el que está escondido; es decir, el del recuerdo, el que tiene una fuerza que solo puede ser dirigida por su voluntad y a quien hay que hacer crecer gradualmente, paso a paso. Uno debe ver que es posible un estado más intenso, más activo.

Hemos de reconocer que en nuestro estado habitual la atención no está dividida.Cuando uno se abre a lo exterior, está naturalmente interesado. La atención va hacia allá. No se puede impedir. Si la fuerza de atención está completamente ocupada, estamos perdidos en la vida, identificados. Toda la capacidad de estar presente se pierde. Nos perdemos, perdemos nuestro propio rastro, el sentimiento de uno mismo, nuestra existencia pierde su sentido. Entonces, el primer cambio requerido es una separación en la que la atención se divide. Nuestro esfuerzo debe ser siempre claro: estar presente, que es el comienzo del recuerdo de sí. Cuando la atención se divide, estamos presentes en dos direcciones, tan presentes como se pueda. Nuestra atención se dirige en dos direcciones opuestas y nosotros estamos en el medio. Es el acto del recuerdo de sí. Queremos mantener una parte de nuestra atención sobre la conciencia de pertenecer a un nivel superior y, bajo esa influencia, tratar de abrirnos al mundo exterior.

Hay que hacer un esfuerzo para permanecer relacionados, un esfuerzo de atención. Tratar de conocer realmente lo que somos. Luchando por seguir estando presente, a la vez con un sentimiento de uno mismo que se vuelve hacia una calidad mejor y con un sentimiento ordinario ligado a nuestra persona. Queremos ver y no olvidar nuestra pertenencia a esos dos niveles. Debemos ver dónde está nuestra atención, ¿dónde está nuestra atención cuando nos recordamos a nosotros mismos? ¿Dónde está nuestra atención en la vida? El orden solo puede nacer cuando entramos en contacto directo con el desorden. No estamos en el desorden; somos el estado de desorden. Si miramos lo que somos realmente, vemos el desorden. Y donde hay un contacto directo, hay una acción inmediata. Comenzamos a darnos cuenta de que nuestra Presencia está donde está nuestra atención.

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miércoles, octubre 09, 2019

El Deseo de Estar Presente

El verdadero "Yo" viene de la esencia. La esencia de lo que somos es un "querer ser" y desarrollar la esencia que somos viene después con un "querer ser capaz de ser". La esencia está formada por las impresiones asimiladas en la infancia hasta los cinco o seis años, cuando se produce una ruptura entre la esencia y la personalidad. Para continuar su desarrollo, la esencia debe volverse activa a pesar de los obstáculos provenientes de la presión ejercida sobre ella por la personalidad. Necesitamos el recuerdo de nosotros mismos para que sea la esencia la que pueda volver a recibir las impresiones. Solo en un estado consciente se puede apreciar la diferencia entre la esencia y la personalidad.

Por lo común las impresiones son recibidas de forma automática. La personalidad reacciona con pensamientos y emociones que dependen de su condicionamiento. Esas reacciones al ser automáticas, las impresiones no son transformadas porque una personalidad como esa está muerta. Para ser transformadas, las impresiones deben ser recibidas por la esencia. Eso requiere un esfuerzo consciente en el momento de su recepción. Eso requiere un sentimiento definido, un sentimiento de amor por el ser, por estar presente.
Hay que responder a las impresiones, no desde el punto de vista de la personalidad, sino desde el punto de vista del amor por estar presente. Eso transformará nuestra forma de pensar y de sentir.

La primera necesidad es tener una impresión de nosotros mismos. Comienza por una lucha cuando surge la pregunta sobre uno mismo. Por un instante hay una pausa que permite que nuestra atención cambie de dirección, regrese hacia uno y entonces la pregunta nos toca. Esa energía trae una vibración como si en nosotros resonara una nota, un sonido que hasta ahora no vibraba. Es muy tenue, muy fina, pero, sin embargo, se comunica con nosotros. Se siente. Es una impresión que se recibe. Todas nuestras posibilidades están ahí. Si vamos a abrirnos a la experiencia de Presencia, eso va a depender de la manera en la cual recibimos la impresión.

No se comprende suficientemente el momento de ese enfrentamiento, de la recepción de la impresión y por qué es tan importante. Uno no ve la necesidad de verse en la vida, porque la oposición de la impresión nos arrastra. Si no hay nadie en el momento en que la impresión es recibida, se reacciona automática, ciega, pasivamente, y uno se pierde. Hemos de negarnos totalmente a aceptar la impresión que tenemos de nosotros mismos, tal como somos en ese momento. Al pensar, al reaccionar, al interponernos a la recepción de esa impresión, nos cerramos. Imaginamos lo que somos. No conocemos la realidad. Somos prisioneros de esa imaginación, de la mentira de ese falso "yo". Habitualmente buscamos despertarnos por la fuerza, pero no lo conseguimos. Podemos y debemos aprender a despertar, a abrirnos conscientemente a la impresión de uno mismo y a ver lo que somos en el momento mismo. Será un encuentro para despertarse, un encuentro traído por la impresión que recibimos. Eso nos pide una libertad de estar en movimiento y de no interrumpirlo.

Para tener el deseo de estar presente, debemos darnos cuenta de que no estamos ahí, de que estamos dormidos. Debemos comprender que estamos encerrados en un círculo de pequeños intereses, de avidez, en el cual el "yo" está perdido. Y seguirá perdido si no podemos relacionarnos con algo superior. La primera condición es conocer en uno una calidad diferente, por encima de lo que es ordinariamente. Entonces la vida podrá cobrar un sentido nuevo. Sin esa condición no puede haber trabajo. Se debe recordar la existencia de otra vida y al mismo tiempo conocer la vida que llevamos. Eso es despertar. Despertamos a estas dos realidades.
Se debe comprender que por uno mismo, sin una relación con algo más elevado, no somos nada, no podemos nada. Por uno mismo solo podemos estar perdidos en ese círculo de intereses; no tenemos ninguna cualidad que nos permita escapar de él. Para eso tendríamos que sentir nuestra absoluta nulidad y empezar a sentir la necesidad de ayuda. Debemos experimentar la necesidad de relacionarnos con algo superior, de abrirnos a otra cualidad.

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domingo, septiembre 29, 2019

No Nos Conocemos

Necesitamos saber quiénes somos. Si no lo sabemos, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Qué va a responder en nosotros a la vida? Entonces, debemos tratar de responder. Nuestro raciocinio trata de responder. Nos aporta sugerencias sobre lo que somos: seres humanos que pueden esto, que han hecho eso, que poseen aquello. Ofrece posibilidades de todo lo que conoce. Pero la razón no nos conoce, no conoce lo que somos en este momento. Y nuestro sentimiento ¿puede responder? Entre todos nuestros centros es él quien podría responder mejor, pero no está libre. Está al servicio del que quiere ser el más fuerte, el más grande, el más poderoso y que sufre todo el tiempo por no ser el primero. Entonces no se atreve, tiene miedo, duda. ¿Cómo puede saber? Ciertamente hay una sensación, la sensación del cuerpo. Pero, ¿el cuerpo «es uno mismo»?
De hecho, no nos conocemos. No sabemos lo que somos. No conocemos ni nuestras posibilidades ni nuestras limitaciones. Existimos y, sin embargo, no sabemos cómo es que existimos. Creemos afirmar nuestra propia existencia y dirigirla en una dirección determinada. Pero respondemos a la vida emocional o intelectual o físicamente.


Nunca somos nosotros quienes respondemos. Creemos que podemos hacer, cuando en realidad «somos accionados», movidos por fuerzas de las que nada sabemos. Todo ocurre en nosotros. Todo sucede. Los hilos son jalados sin que nos demos cuenta. No vemos que somos como marionetas, como máquinas puestas en movimiento por fuerzas exteriores.
Al mismo tiempo, podemos ver que nuestra vida transcurre como si fuera la vida de otro. Podemos ver que nos agitamos, esperamos, nos lamentamos, tenemos miedo, nos aburrimos, sin que nos sintamos participar en ello. La mayor parte del tiempo podemos darnos cuenta a posteriori de que es uno mismo quien ha hecho esto o ha dicho aquello. Actuamos antes de darnos cuenta de ello. Es como si nuestra vida se desenvolviese sin participar conscientemente de ella.
Se desenvuelve mientras estamos dormidos. De vez en cuando, los sobresaltos o los conflictos nos despiertan por un instante. En medio de la ira, o de un dolor, o de un peligro, y abrimos los ojos: «¡Fíjate: soy yo, aquí, en esta situación, viviendo esto!» Pero después del conflicto nos volvemos a dormir y puede pasar mucho tiempo hasta que un nuevo suceso nos despierte.

Podemos comenzar a ver la verdad de que no somos quien creíamos ser. Somos seres dormidos. Un ser que no tiene conciencia de sí mismo. En ese estado de sueño, confundimos el intelecto, el pensamiento que funciona independientemente de la emoción, con la inteligencia que incluye la capacidad de sentir lo que uno razona. Nuestras funciones ─nuestro pensamiento, nuestras emociones y nuestros movimientos─ trabajan sin dirección, a merced de los conflictos accidentales y de los hábitos. Es el estado de ser más bajo en el que pueda encontrarse el hombre. Vivimos en nuestro mundo estrecho, subjetivo, limitado, dirigido por nuestras asociaciones, que vienen de todas nuestras impresiones subjetivas. Es nuestra cárcel, a la que siempre volvemos.
La búsqueda del yo empieza con la pregunta «¿dónde estoy?» Debemos sentir la ausencia habitual del yo. Debemos conocer la sensación de vacío, de mentira, que afirma siempre una imagen de uno mismo: el falso yo. Uno tiene la costumbre de decir «yo» sin creer realmente en ello. De hecho, no hay nada más en lo que uno pueda creer. El querer ser nos empuja a decir «yo». Está detrás de todas nuestras manifestaciones. Pero no es consciente. Habitualmente buscamos la convicción de nuestra Presencia en la actitud de los demás hacia uno mismo. Si nos niegan, dudamos de nosotros. Si nos aceptan, creemos en nosotros mismos.
¿Somos realmente esa imagen que afirmamos?. ¿No hay un Yo real que pueda estar presente? Necesitamos una experiencia directa del conocimiento de uno mismo. Primero tenemos que ver los obstáculos que se interponen como una pantalla. Necesitamos ver qué creamos en la mente, nuestro pensamiento. Creemos que eso somos nosotros. Queremos saber, hemos leído, hemos escuchado. Todo eso es la expresión de nuestro yo ordinario, de nuestro ego. Eso nos impide abrirnos a la conciencia, ver «lo que es» y lo que «yo somos».
Nuestro esfuerzo no puede ser impuesto. Uno tiene miedo del vacío, miedo de no ser nada. Entonces, uno se esfuerza por ser diferente. Pero ese esfuerzo ¿quién lo hace? Debemos ver que también eso viene del yo ordinario. Toda imposición viene del ego. ¿Podría no seguir siendo engañados por la imagen o el ideal impuesto por el pensamiento?
Necesitamos aceptar el vacío, aceptar no ser nada, aceptar «lo que es». Es en ese estado donde aparece la posibilidad de una nueva percepción.

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sábado, septiembre 28, 2019

La Fuerza de la Vida

El hombre sigue siendo un misterio para sí mismo. Siente nostalgia de lo duradero, de la permanencia, de lo absoluto; ya que todo lo que constituye su vida es temporal, efímero, limitado. Aspira a un mundo que le sobrepasa, aunque presiente que le podría ser dado participar en él. El hombre busca una idea, una inspiración, que podría ayudarlo a moverse en esa dirección. Esa idea surge en él como una pregunta: «¿Quién soy yo?» ... «¿Quién soy yo en este mundo?» Si esas preguntas llegan a ser suficientemente vivas, puede dirigir su vida. Él no puede responderlas. No sabe con qué responder. No tiene ningún conocimiento propio que le permita enfrentar esas preguntas. Pero siente que tiene que atenderlas. Se pregunta lo que él es. Ese es el primer cambio en el camino. Quiere abrir los ojos. Quiere despertar.


Uno quiere vivir, estar en la vida. Desde el nacimiento, algo en nosotros busca afirmarse en el mundo exterior. Uno quiere devorar el mundo. No quiero ser devorado. Quiere ser siempre el primero, y muy pronto encuentra la resistencia del mundo. A partir de ahí, ese impulso fundamental de autoafirmación asume formas muy curiosas; por ejemplo, la autocompasión o la negación a manifestarse.
Queremos vivir; estar de acuerdo con la vida. Hacemos esfuerzos para vivir y esa misma fuerza mantiene la vida del cuerpo. Queremos algo y cuando ese deseo aparece, esa fuerza está aquí. Nos empuja hacia la manifestación. A lo largo de la vida, en todo lo que hacemos, buscamos afirmar esa fuerza. Todos los actos, por pequeños que sean, son una afirmación. Detrás de cada afirmación sin duda hay algo verdadero. Esa fuerza en nosotros es irreprimible.
Sin embargo, no sabemos sobre qué se apoya la afirmación. Creemos estar afirmándonos a nosotros mismos y estamos identificados con esa fuerza. Pero ella no es nuestra, aunque este en nosotros. Al afirmarla como propia, no nos separamos de ella, pero al querer atribuirnos su poder, interrumpimos su acción. De esa manera, creamos hechos que nos retienen en un mundo privado de la acción de esa fuerza. Y nuestro yo se hace pesado e inerte.

Necesitamos ver lo insignificantes que somos respecto a la fuerza de vida. Siempre queremos poseer. El niño quiere tener. El adulto quiere ser. Ese deseo constante de tener crea el miedo y la necesidad de ser reconfortado. Algo necesita crecer y ser, algo que relaciona el Todo con una fuerza superior.
Solo hay una fuente de energía. Desde que nuestra energía es llamada hacia una dirección u otra, aparece una fuerza. La fuerza es una energía en movimiento. Toma direcciones diferentes, pero la fuente es la misma. La fuerza de vida, la fuerza de la manifestación siempre está en movimiento. Debe fluir. Estamos completamente despojados y somos arrastrados por ella, y siempre lo estaremos si no nos volvemos hacia otra parte de nosotros mismos.

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viernes, septiembre 27, 2019

Observarse a Sí mismo

Para comprendernos a nosotros mismos necesitamos ante todo una mente capaz de observar sin alterar nada. Eso requiere de una plena atención por nuestra parte. Y esa observación aparece cuando hay una necesidad real de conocerse, cuando la mente es capaz de rechazarlo todo y se limita solo a observar.
Nunca nos observamos en la acción. Nunca nos vemos funcionando mecánicamente ni nos damos cuenta de que es así como queremos funcionar. Necesitamos convencernos de las desorientaciones, de las experiencias y del saber que nos impiden observarnos. Esa clase de observación es el principio del conocimiento de uno mismo.
Cuando tratamos de pensar, de sentir cada pensamiento o cada emoción, nos ocurre que nuestra atención divaga por todas partes. Los pensamientos nunca terminan, las emociones no desaparecen y no llegamos a descubrir el sentido profundo de esos pensamientos o de esas emociones. Es necesario que todo el proceso se haga más lento, pero esta desaceleración no puede ser impuesta, sino nos crearía conflictos. Las imposiciones anulan el esfuerzo. No obstante, el hecho mismo de la observación desacelera el proceso.

El movimiento de las emociones se hace más lento cuando la atención se vacía de toda imagen, palabra o experiencia. Un pequeño instante ocurre antes de que aparezca la reacción bajo la forma de pensamiento o emoción, y entonces es cuando podemos verlos aparecer. Verlos de tal manera que conozcamos su realidad. Como nuestro único interés es ver, no detenemos los hechos que se producen y su contenido profundo nos es revelado. Estamos delante de un hecho. Por primera vez comprendemos lo que es un hecho: algo que no puedo cambiar, que no se puede evitar, algo que es. Aquí está lo real. La verdad se vuelve todopoderosa para nosotros. Un estado de atención es un estado en el cual todo saber se ha detenido y solo existe la búsqueda, ¿cómo se puede llegar a conocer algo viviente? Siguiéndolo. Para conocer el Yo, debemos seguirlo.

Observarse a sí mismo es necesario, pero esta práctica muchas veces ha sido mal comprendida. Normalmente, cuando observamos, hay un centro desde donde se realiza la observación y la mente proyecta la idea de observar. Pero la idea no es la observación; ver no es una idea, el acto de ver es una experiencia. No es fijar la mente sobre un objeto. El objeto es uno mismo vivo, un ser que necesita ser reconocido para vivir. No es un punto fijo que mira a otro. Es un acto total, una experiencia que solo se puede realizar cuando no hay separación entre lo que ve y lo que es visto. No hay un centro desde donde se hace la observación. Hay un sentimiento de un tipo especial, un deseo de conocer, un afecto que envuelve todo lo que se ve y no deja de interesarse por nada. Necesitamos ver. Cuando comenzamos a ver, se comienza a amar lo que vemos. Estamos en contacto con lo que vemos, intensamente, completamente. Ese conocimiento es el resultado de esta nueva condición. Despertamos a lo que somos y tocamos la fuente del verdadero amor, una cualidad del ser.

La verdad de lo que somos solo puede ser vista por una inteligencia en nosotros, una energía impecable que ve. Debe haber una relación muy precisa entre el pensamiento habitual y esa visión; una debe someterse a la otra; de otra manera, uno es tomado por el material del pensamiento. No puede haber ninguna contradicción, por pequeña que sea, en uno mismo; de lo contrario, no puedo ver. Una contradicción quiere decir, por un lado, la necesidad de conocer lo que uno es, y por otro, una mente que funciona sola, para ella misma; una emoción que trabaja sola, para ella misma; y tensiones que separan de una sensación. ¿Vamos a tratar de cambiar nuestro estado porque ayer tuvimos uno mejor?; o bien, en esta oscuridad y porque se siente, la necesidad de claridad, de visión, ¿se hace sentir? Si sentimos la necesidad de ver, un sentimiento que es completamente diferente, poco a poco las tensiones disminuyen por sí solas. Es abrirse a esa energía sin buscar alcanzar resultados. Debe haber una fuerza que el cuerpo perciba; de lo contrario, él no se abrirá. La energía se libera y aparece una realidad interior. Ya no hay contradicción. Ahora se ve... solo vemos.

Observarse sin conflicto es como seguir un torrente. Con una mirada que se anticipa al agua que se precipita, ver el movimiento de cada pequeña ola. Uno no tiene tiempo de formular, de nombrar, de juzgar. Ya no hay pensamiento. El cerebro se vuelve muy tranquilo, muy sensible, muy vivo, pero tranquilo. Puede ver sin distorsión. La observación silenciosa hace nacer la comprensión, pero esa verdad debe ser vista. El orden nace de la comprensión de lo que es el desorden.
Esa posibilidad de ser a la vez el caos y la presencia al caos es el conocimiento de otro orden de cosas.

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lunes, febrero 25, 2019

Contradicciones en la Naturaleza del Ser Humano

No siendo la filosofía otra cosa que el estudio de la sabiduría y de la verdad, se podía con razón esperar que aquellos que le han dedicado más tiempo y esfuerzo deberían disfrutar de una mayor tranquilidad y serenidad mental, de una mayor claridad y evidencia en el conocimiento, y estar menos perturbados que otros hombres por dudas y dificultades.
Sin embargo, vemos que la masa no culta de la humanidad que sigue la senda del simple sentido común y se rige por los dictados de la naturaleza se encuentra en su mayor parte tranquila y despreocupada. Nada que sea familiar les parece inexplicable o difícil de comprender. No se quejan de falta de evidencia en sus sentidos, y están totalmente fuera del peligro de convertirse en escépticos. Pero, tan pronto como nos separamos de los sentidos y del instinto para seguir la luz de un principio superior, para razonar, meditar y reflexionar sobre la naturaleza de las cosas, surgen miles de dudas en nuestras mentes en relación con aquellas cosas que antes nos parecía comprender totalmente. Por todas partes se descubren ante nuestros ojos prejuicios y errores de los sentidos; y al tratar de corregirlos por medio de la razón desembocamos, sin darnos cuenta, en extrañas paradojas, dificultades e inconsistencias que se multiplican y nos desbordan, a medida que avanzamos en la especulación, hasta que, al fin, después de haber vagado por muchos intrincados laberintos, nos encontramos exactamente donde estábamos, o, lo que es peor, situados en un escepticismo desolador.

Se piensa que la causa de esto es la oscuridad de las cosas, o la debilidad e imperfección natural de nuestro entendimiento. Se dice que las facultades que poseemos son escasas, y destinadas por la naturaleza al mantenimiento y comodidad de la vida y no a penetrar en la esencia y en la constitución interna de las cosas. Además, al ser la mente del hombre finita, no debe extrañarnos que cuando se ocupa de cosas que participan de la infinitud, se precipite en absurdos y en contradicciones, siendo luego incapaz de salir de ellos, pues es propio de la naturaleza de lo infinito no ser comprendida por lo que es finito.

Pero quizá seamos demasiado parciales con nosotros mismos al atribuir básicamente la imperfección a nuestras facultades, y no, más bien, al uso equivocado que hacemos de ellas. Cuesta trabajo suponer que deducciones correctas a partir de principios verdaderos nos lleven a consecuencias que no puedan mantenerse o que sean contradictorias. En general me inclino a pensar que la mayor parte de las dificultades, si no todas, que han distraído hasta ahora a los filósofos y les han cerrado el camino hacia el conocimiento se deben por completo a nosotros mismos, que primero levantamos una polvareda y luego nos quejamos de que no vemos.

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miércoles, febrero 20, 2019

Vida Interior y Vida Exterior

Numerosos indicios nos hacen sentir que hay en nosotros dos naturalezas: una personal o individual, relativamente accesible a nuestros modos habituales de percepción; a la vez orgánica y psíquica (o animal y anímica); la otra, mucho más difícil de percibir, es experimentada como nuestra participación en algo más vasto que el individuo mismo, de manera que la denominamos espiritual, y aun universal; de hecho no sabemos bien cómo hablar de ella. La atención que el ser humano le presta es muy variable según cada quien y según los momentos de la vida; casi todos, sin embargo, deben reconocer que al menos en ciertos momentos han sentido dentro de sí mismos, al lado de su tendencia egocéntrica y personal, esa necesidad de infinito o "absoluto".

A partir del momento en el que una persona se vuelve de este modo hacia sí mismo, se interroga y se esfuerza por comprender tanto lo que es como lo que podría ser, va descubriendo que puede orientarse de dos maneras y tener, por así decirlo, dos tipos de "actividades", dos tipos de vida de sentido diferente. Una, enteramente orientada hacia lo externo, centrada, ante todo, en la eficiencia, la utilidad, el rendimiento del "individuo", en el marco de la sociedad a la que pertenece. La otra manera de orientarse, el otro tipo de "actividad", concierne a la vida interior: centrada, ante todo, en la "realización" de las posibilidades contenidas potencialmente en el individuo, el desarrollo de las facultades y cualidades propias que caracterizan su naturaleza humana. Esta manera de vivir, para quienes se consagran a ella, exige aún más tiempo y más cuidados, mayor formación, investigación, y estudios metódicos que los requeridos por la vida exterior.

Estas dos formas de vida pueden parecer a primera vista contradictorias, y lo son, en cierto modo. Es muy evidente, sin embargo, que cada una corresponde a una de las naturalezas del hombre y que un hombre completo debe vivir a la vez una y otra.
Estas dos naturalezas señalan la pertenencia del ser humano a dos grandes corrientes de igual importancia que atraviesan el universo existente y aseguran su equilibrio. Una es la corriente de creación que, originada en el nivel primario, fluye hacia las diversas formas de la manifestación y, desde este punto de vista, es una corriente involutiva; la otra es la que puede llamarse corriente de "espiritualización", pues, originada en las formas manifestadas, retorna al nivel primario, y es así una corriente de evolución. Por su doble naturaleza, y los dos aspectos de su vida, el ser humano pertenece a una y a otra siendo uno de los niveles de intercambio, un mediador entre estas dos corrientes. Quizá sea esta mediación la que marque su realización efectiva al mismo tiempo que le da su tercer aspecto.

En lo que a nosotros concierne de inmediato, en la vida exterior, conocemos —o creemos conocer— una de estas dos naturalezas, por la cual vivimos cotidianamente: nuestra naturaleza ordinaria. La vida la solicita sin cesar y sin cesar ella responde a la vida.
La otra naturaleza queda cada vez más olvidada tras ella, primero en forma de vida latente y adormecida, luego sumergida, ahogada en el inconsciente, y finalmente perdida. Mientras no está muy enterrada todavía, surge abruptamente, de vez en cuando, en momentos de lucidez, en los que de repente se nos impone (generalmente en los momentos difíciles) sin que sepamos de dónde nos viene. Esos momentos tienen un sabor tal que ya no nos dejan del todo tranquilos; por ellos guardamos el regusto de nuestra insuficiencia y la más o menos mala conciencia de haber sentido que no éramos lo que deberíamos ser. Pero no necesitamos en absoluto de tales momentos para vivir y si deseamos estar de nuevo tranquilos, no tenemos más que olvidarlos: lo que nos permitimos con la mayor facilidad, puesto que a nuestro alrededor, en la vida corriente, todo está hecho para ayudarnos a este olvido. Sin embargo, si un día una persona quiere ser ella misma plenamente, el restablecimiento del equilibrio perdido entre sus dos naturalezas y sus dos formas de vida es en verdad el primer trabajo necesario.

Una evolución interior y el trabajo que requiere sólo pueden ser llevados a cabo si están auténticamente motivados por la toma de conciencia de nuestras insuficiencias y nuestras fallas. Nunca nada es gratuito: la aceptación de este malestar inevitable es el primer tributo que la persona debe pagar para emprender la búsqueda de sí misma.
Quizá, en semejante búsqueda, uno corre el riesgo de oscilar entre la beatitud imbécil (que sería la ignorancia deliberada de dicho malestar) y un cierto masoquismo (que sería el darle un lugar excesivo a este malestar; ¿no lo han llamado algunos angustia metafísica?). La única actitud justa –ciertamente difícil─ es el reconocimiento exacto, con la esperanza de resolverlos, de nuestro malestar y nuestro conflicto interior tales como son.

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martes, diciembre 25, 2018

Proyectos de Inmortalidad

La negación de la muerte aborda dos puntos esenciales:
1. Los humanos son únicos en cuanto a que son los únicos animales que pueden conceptualizarse y pensar abstractamente sobre sí mismos. Los perros no se sientan a pensar acerca de su carrera. Los gatos no piensan en sus errores pasados o se preguntan qué hubiera sucedido si hubieran actuado diferente. Los monos no discuten sobre sus posibilidades futuras, del mismo modo que los peces no van por ahí preguntándose si les parecerían más atractivos a otros peces si tuvieran una aleta más larga.

Como humanos, estamos bendecidos con la habilidad de imaginarnos en situaciones hipotéticas, podemos contemplar el pasado y el presente e imaginar otras realidades o situaciones donde las cosas podrían ser diferentes. Justo por esta habilidad mental única todos, en algún momento, nos volvemos conscientes de la inevitabilidad de nuestra propia muerte. Al ser capaces de conceptualizar versiones alternativas de la realidad, somos también los únicos animales que se imaginan una realidad sin nosotros.
Esta toma de consciencia causa lo que podríamos llamar “el terror de la muerte”, una ansiedad existencial profunda que subyace en todo lo que pensamos o hacemos.

2. El segundo punto tiene que ver con la premisa de que, en esencia, poseemos dos "yo". El primero es el yo físico, aquel que come, duerme, respira, llora... El segundo es el yo conceptual, nuestra identidad o cómo nos percibimos.
Todos somos conscientes, en cierto nivel, que nuestro yo físico eventualmente morirá, que esa muerte es inevitable y esa inevitabilidad —en cierto nivel inconsciente— nos aterroriza. Por ello, y para compensar nuestro miedo de la pérdida inevitable de nuestro yo físico, tratamos de construir un yo conceptual que viva eternamente. Ésta es la razón por la cual la gente se esfuerza tanto por poner sus nombres en los edificios, en estatuas, en las tapas de libros. Por eso nos sentimos impelidos a pasar tanto tiempo entregándonos a los demás, especialmente a los niños, con la esperanza de que nuestra influencia —que nuestro yo conceptual— vivirá más allá de nuestro yo físico; que seremos recordados, venerados e idealizados mucho después de que nuestro yo físico haya dejado de existir.

A estos esfuerzos los vamos a denominar “proyectos de inmortalidad”, porque permiten a nuestro yo conceptual vivir más allá del momento de nuestra muerte física. La civilización humana es básicamente el resultado de proyectos de inmortalidad: las ciudades, los gobiernos, las estructuras y las autoridades actuales fueron los proyectos de inmortalidad de hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros. Son los remanentes de los yo conceptuales que no murieron. Nombres como Jesús, Mahoma, Napoleón y Shakespeare son tan poderosos hoy como cuando estuvieron vivos, si no es que más. Y ésa es la meta. Ya sea a través de dominar una forma de arte, conquistar una nueva tierra, acumular increíbles riquezas o simplemente tener una familia grande y cariñosa que seguirá por generaciones, todo el significado en nuestras vidas está moldeado por este deseo innato de nunca morir realmente. La religión, la política, los deportes, el arte y la innovación tecnológica son el resultado de los proyectos de inmortalidad de la gente. Las guerras, las revoluciones y los asesinatos masivos ocurren cuando los proyectos de inmortalidad de un grupo se friccionan contra los de otro grupo. Siglos de opresión y el derramamiento de sangre de millones se han justificado como la defensa de un proyecto de inmortalidad de un grupo contra el de otro.



Pero, cuando nuestros proyectos de inmortalidad fallan, se pierde el significado; cuando la pretensión de que nuestro yo conceptual viva más allá de nuestro yo físico no se percibe como posible o probable, el terror a morir —esa horrible y deprimente ansiedad— vuelve a contaminar nuestra mente. Un trauma puede causar esto, tanto como la vergüenza y el ridículo social. También puede ser causada por la enfermedad mental.
Nuestros proyectos de inmortalidad son nuestros valores. Son los barómetros de significado y valor en nuestra vida. Cuando nuestros valores fallan, también lo hacemos nosotros. En esencia, el miedo nos mueve a todos cuando le damos demasiada importancia a algo, porque otorgarle importancia a algo es lo único que nos distrae de nuestra realidad y de la inevitabilidad de nuestra propia muerte. El hecho de no darle importancia a las cosas es alcanzar un estado casi espiritual de aceptación de la impermanencia de la propia existencia. En este estado, uno es mucho menos proclive a quedarse atrapado en las diferentes formas de sentirse con derecho a todo.

No obstante, los proyectos de inmortalidad de la gente son el problema, no la solución; porque más que intentar implementar, a menudo a través de la fuerza letal, su yo conceptual alrededor del mundo, la gente debería cuestionar ese yo conceptual y sentirse más cómoda con la realidad de su propia muerte. Este es el “antídoto amargo” y hay que luchar mucho por aceptarlo conforme uno se enfrenta cara a cara con su propio final. Como quiera que sea, la muerte es inevitable.

Entonces, no deberíamos evitar esta comprensión sino intentar aceptarla lo mejor que podamos. Sólo cuando nos sentimos cómodos con el hecho de nuestra propia muerte —con ese terror, con esa angustia subyacente que motiva todas las ambiciones frívolas de la vida— entonces podremos elegir nuestros valores con más libertad, sin las ataduras de esta búsqueda ilógica de inmortalidad; sólo entonces podremos liberarnos de perspectivas dogmáticas peligrosas.

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lunes, diciembre 03, 2018

Transformar los Hábitos

Los hábitos comienzan con un patrón psicológico que consta de tres partes. A estas tres partes se las llama 'bucle del hábito'. La primera parte del 'bucle del hábito' es el gatillo o señal. Esta señal o gatillo le indica a tu cerebro que se ponga en modo automático. La segunda parte del bucle comienza cuando ocurre el comportamiento como tal. Y la última parte del bucle es la recompensa, es lo que tu cerebro disfruta. Un bucle de hábitos trabaja a nivel subconsciente.

Hay muchas investigaciones que dicen que somos un cúmulo de hábitos y procesos que hacemos de forma inconsciente. Hay también investigaciones que indican que el 90% de lo que hacemos en nuestra vida es repetitivo, y que un 40% de lo que hacemos en un día no sabemos muy bien por qué lo hacemos.

Un mal hábito tiene un efecto perjudicial en tu vida, y también quizás, en la de quienes te rodean, pero por alguna razón sigues con él. Normalmente nos sentimos mal con los malos hábitos, pero igualmente cedemos cuando se produce la señal. Los malos hábitos son un efecto secundario de la naturaleza humana.

La mejor manera de terminar con los hábitos que no nos gustan es identificándolos, identificar las causas que lo producen e identificar los factores desencadenantes. Luego, se debe reemplazar ese hábito por otro que sea beneficioso y satisfaga la misma necesidad del hábito que queremos cambiar. También en necesario tomar medidas para que esa nueva rutina perdure a largo plazo.

Cambiar un hábito es diferente a incorporar uno nuevo. Son caminos diferentes. Los hábitos, en sí mismos, no pueden eliminarse. Da igual que sean buenos o malos, únicamente se pueden reemplazar por otros, mejores o peores. El cerebro no tolera el vacío de quitar un hábito, hay que poner algo en su lugar.

De todas las cosas que vamos haciendo durante el día, o cosas que debemos hacer por obligación, las que de alguna forma nos dan placer y nos gustan, las convertimos en hábitos. Por el efecto de repetición vamos incorporando una serie de hábitos en nuestro cerebro. Con el proceso de repetición asimilamos el hábito. Al querer eliminar el hábito no podemos porque a nuestro cerebro no le gusta dejar un vacío. Por eso, lo mejor es reemplazar el hábito. Hay que dar un complemento que compense la aportación del hábito que queremos eliminar. Repetir y repetir hasta que el cambio se reemplace.

Hay cuatro elementos que nos ayudan en el proceso de cambio de hábitos. El primer elemento para cambiar un hábito es ‘un por qué’. Quien tiene un porqué tiene un compromiso consigo mismo. Cuando tienes un porqué es más fácil hacerlo. Ese porqué es distinto en cada persona. Puede ser la salud, por amor, por respeto, etc.

El segundo elemento para poder cambiar un hábito es la visualización. Visualizarte a ti mismo de cómo eres ahora y qué estás haciendo, para posteriormente visualizarte cómo quieres llegar a ser. Es un efecto de programación. Si este ejercicio lo haces antes de ir a dormir dejas al subconsciente trabajando.

El tercer elemento es no dejar vacío de compensación al cerebro por la eliminación de un hábito, hay que reemplazarlo por otro, no eliminarlo. De no ser así, no se consigue. Recuerda, los hábitos no se eliminan, sólo pueden reemplazarse. Donde antes hacías unas cosas ahora debes hacer otra. Esa es la idea.

Cuarto elemento y muy importante, no debes permitir que se den las señales que lo conectan con el hábito anterior que estás reemplazando. Así evitas las señales y disparadores que te empujaban a ese hábito, ayudando al cerebro a disociarse con el antiguo placer que obtenía como recompensa del hábito anterior. Al final, lo que consigues al cambiar un hábito es que desencadenas alrededor de tu vida otros hábitos que empiezan a acompañarte y, como resultado, logras cambiar tu vida.

Los pasos para terminar con cualquier mal hábito son:
1. Conocimiento
2. Sustitución
3. Prevención

El proceso de cambio de hábitos es muy laborioso y puede que con algunos de ellos te sea muy costoso. Ahora sabes que los hábitos son reemplazables, y que todos los hábitos que tu tengas que creas conveniente reemplazar, sepas que puedes hacerlo. Si tienes muchos, mejor que te centres en uno e intentes cambiarlo. Al lograr ese cambio te verás satisfecho por haber logrado tu propósito y tendrás más fuerzas para el siguiente. Si intentas hacerlo con varios a la vez, a lo mejor te invade la frustración de ver pocos cambios.

Algunos serán más fáciles de reemplazar que otros. Quizá, habrá alguno del que necesites ayuda externa. Por ello no debes sentirte mal, peor es no hacerlo si el hábito es perjudicial. Si tienes un porqué, eso te llevará como mínimo a la mitad del camino.

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sábado, diciembre 01, 2018

Metas y Objetivos

El error más frecuente que cometemos cuando nos fijamos metas y objetivos es no concretar una fecha de cumplimiento concreta. Cuando ponemos una fecha de vencimiento sabemos que tenemos que realizar un esfuerzo diario para lograr ese propósito. Establecer metas sin fecha concreta es lo mismo que establecer metas imposibles de conseguir.

Una meta es un resultado deseado que una persona o sistema imagina, planea y se compromete a lograr. Y un objetivo, es la finalidad hacia la cual deben dirigirse los recursos y esfuerzos para dar cumplimiento a los propósitos.
La finalidad de ambas es lograr un fin, un resultado deseado. La diferencia entre estos dos conceptos es el espacio y el tiempo. Las metas son más amplias, son principios que guían el proceso de toma de decisiones; por su lado, los objetivos son específicos, medibles, son pequeños pasos para alcanzar la meta.

Las metas son más a largo plazo, te llevan a un fin a más largo plazo. Son más difíciles de medir y los objetivos son medibles y más concretos. Las metas ponen la mirada en el horizonte, y los objetivos se enfocan en los pasos para llegar a ese horizonte. Las metas y objetivos pueden compartir un fin deseado, la meta será más abstracta y los objetivos estarán alineados a la consecución de esa meta. El fin de las metas y los objetivos establecidos van alineados.

Debemos fijar fechas para nuestras metas y, para el logro de esas metas, debemos fijar objetivos parciales que nos ayuden a acercarnos a ellas.
¿Es importante fijar metas y objetivos? ¿Lo has hecho alguna vez? ¿Quién decide si es importante o no lo es? La respuesta a estas preguntas, es que depende de cómo valoramos las cosas en función de lo aprendido.

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martes, noviembre 20, 2018

La Naturaleza del Aire que Respiramos

En el aire que respiramos, hay una parte que evoluciona y otra que involuciona. Sólo la parte que involuciona puede vivificar la esencia, el verdadero Ser. Ahora, esta parte involutiva sólo sirve a fines cósmicos generales. Esta parte beneficiosa del aire viene de la Fuente Original, y tú no serás capaz de asimilarla mientras no exista en ti un deseo consciente.
Para ser capaz de asimilarla, tienes que tratar de darte cuenta de tu propia razón de ser, así como la de aquellos que te rodean... Tú eres mortal y un día morirás. Aquello donde se centra tu atención, tu vecino, un familiar, ellos morirán también. No son nada, tanto ellos como tú: nulidad.
Hoy día, todo su sufrimiento es “sufrir en vano”, solo son emociones sin sentido, cólera, celos, resentimiento hacia otros...

Si se convierte para ti en un punto de referencia, el darte cuenta de la inevitabilidad de la muerte de ellos y de tu propia muerte, entonces aparecerá en ti un sentimiento de comprensión hacia los demás y podrás ser justo con ellos. Las manifestaciones que te disgustan tanto en los otros, aparecieron porque te sentiste herido profundamente por alguien , o porque tus propios sentimientos son muy sensibles.
Ahora, tú no llegas a ver esto. Pero, trata de ponerte -tu mismo- en la piel del otro; su vida tiene exactamente la misma importancia que la tuya, él sufre como tú, y como tú, él va a morir también. Si tratas siempre de sentir esto cada vez que tu atención se centra en alguien, y hasta que se convierta en un hábito; sólo entonces serás capaz de asimilar esa parte beneficiosa del aire que respiras y empezar a vislumbrar tu verdadero Ser. Todo ser humano tiene deseos y amores que le son costosos y que perderá al morir.

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jueves, noviembre 15, 2018

La Esencia de la Atención

El “alma” necesita ser alimentada como el cuerpo necesita ser alimentado, la única diferencia es que el alma se alimenta de materias más finas, más sutiles. Tomamos y refinamos estas materias a través de la “atención dividida”, vigilándonos cuando percibimos el mundo a través de nuestros sentidos (mirando conscientemente a través de nuestros ojos). La energía de la atención divide la materia percibida. La “atención dividida”, es el intento por iniciar la actividad del alma.

El “alma” es nuestra herencia - nacemos funcionando adecuadamente con ella, pero la perdemos, nos olvidamos de ella, nos dormimos... Algo ha salido mal. Nuestra “atención”, que es la misma materia del alma, se aparta del alma por nuestras identificaciones. Si nos identificamos con materias externas o internas, sufrimos un desequilibrio y la pérdida de la “esencia de la atención”, que es la actividad de alma.

El objeto de nuestra atención no es tan importante como si estamos o no conscientes de nosotros mismos observándolo. Por ejemplo, podemos haber dividido la atención en funciones completamente internas, como observar nuestros centros emocionales e instintivos simultáneamente. Similarmente, podemos dividir nuestra atención entre lo externo, mientras mantenemos simultáneamente conocimiento de nuestro oído y vista. Y, en los momentos más altos de conciencia, podemos ser conscientes de todo esto y más.
Incluso mantener la conciencia de nosotros mismos escuchando música, requiere la atención dividida, sino perdemos la atención de nosotros mismos a menos que sea supervisado continuamente. Esto requiere un acto de “Voluntad”, y la “voluntad” pertenece al alma.

El “alma” y el “centro emocional” presentan símbolos, o formas que representan algo más. El mundo del espíritu puede verse simbólicamente por el alma a través de las formas del mundo. Esto es cuando el mundo deviene con significado vivo, cada cosa representa algo más profundo, su causa “final” en el sentido Aristotélico.

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miércoles, noviembre 07, 2018

La Desintegración de la Falsa Personalidad

La falsa personalidad, siendo la consecuencia de la instalación foránea y puesto que es imaginaria, no existe realmente, aunque imaginamos que existe. Existe en sus manifestaciones, pero no como parte real de nosotros mismos. Es una combinación de "aspectos" que no tienen base real, pero actúan y producen ciertos efectos. Es mejor no tratar de definirla, porque se perderá el camino en palabras, y debemos tratar con hechos. Las emociones negativas existen; sin embargo, al mismo tiempo no existen, puesto que para ellas no hay un centro real. Lo mismo ocurre con la falsa personalidad. Es una de las desgracias de nuestro estado que estamos llenos de cosas inexistentes.


Se debe entender que no se puede empezar siquiera a trabajar en el nivel en que estamos; primero hay que cambiar ciertas cosas. Se puede descubrir qué se ha de cambiar solo como resultado de sus observaciones. A veces, esto se vuelve clarísimo, y sólo entonces empieza la lucha, porque la falsa personalidad empieza a defenderse.

Se debe entender que no conocemos a la falsa personalidad, y a fin de conocerla debemos observar. Todo lo que realizamos se cumple a expensas de la falsa personalidad y todo el trabajo que podemos hacer sobre nosotros mismos significa disminuir el poder de la falsa personalidad. Si empezamos a tratar de trabajar, dejando a la falsa personalidad al margen, a nada llegará cualquier esfuerzo.

La falsa personalidad es una combinación de todas las mentiras, apariencias y "aspectos" que nunca pueden ser útiles en ningún sentido en la vida, tal como las emociones negativas. Empero, la falsa personalidad dice siempre "yo" y se atribuye siempre muchas capacidades, como la voluntad, la conciencia de sí, etc., y si no se la controla, permanece como un obstáculo para todo el desarrollo del verdadero ser.

De modo que uno de los primeros y más importantes factores, al tratar de cambiar, es la división de uno mismo en "yo" y cualquiera que sea su nombre. Si no se efectúa esta división, si uno la olvida y continúa pensando en uno mismo del modo habitual, o si uno se divide de modo equivocado, el desarrollo del ser se detiene. El trabajo sobre uno mismo sólo puede progresar sobre la base de esta división, pero ésta debe ser la división correcta. A menudo, ocurre que hay personas que efectúan una división equivocada. A lo que les gusta de sí mismas lo llaman "yo", y a lo que les disgusta, o a lo que en su opinión es débil o malo, lo llaman falsa personalidad. Esta es una división absolutamente equivocada porque no cambia nada y uno sigue igual. Esta división equivocada es simplemente mentirse, que es lo peor que se puede hacer, porque en el momento en que uno se encuentra con la mínima dificultad, se verá así mismo enredado en una discusión interior y un entendimiento erróneo. Si uno usa una división equivocada, ésta no será confiable y fracasará en un momento de necesidad.

Para efectuar una desintegración correcta de la falsa personalidad, uno deberá entender qué es la mentira y qué es uno mismo. Por ejemplo, si uno dice que su objetivo es estar libre, primero de todo es necesario entender que uno no es libre. Si se entiende hasta qué punto no se es libre y si se formula el deseo de ser libre, entonces se verá en qué parte de uno mismo se quiere ser libre y qué parte no quiere. Esto sería un comienzo.

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miércoles, octubre 31, 2018

Cómo Empezar a Distinguir la Realidad

No se puede. Pero se puede distinguir lo que es irreal, precisamente del mismo modo que distingue la verdad de la mentira. No hay necesidad de filosofía; hay que considerarlo simplemente.

Debemos empezar primero aplicando la discriminación a las cosas simples. La imaginación desempeña un papel importantísimo en nuestra vida, porque creemos en ella. Lo real puede crecer sólo a expensas de lo imaginario. Pero en la vida ordinaria, lo irreal crece a expensas de lo real.

Cuando entendemos qué es el verdadero ser, el cual es permanente, es cuando uno está consciente de sí mismo y se tiene control total sobre él, este es el trabajo. En la actualidad vivimos a través de una instalación foránea que se manifiesta a través de lo que se ha dado en llamar la falsa personalidad.

Sólo partiendo de un verdadero interés por trabajar en uno mismo, porque el "ser" real no puede crecer a partir de nada más. Al principio, usted se estudia, se observa, etc.; luego, después de algún tiempo, el "ser" aparecerá por un instante de tanto en tanto, pero no se podrá retenerlo y desaparecerá otra vez. Esto seguirá durante algún tiempo, y luego, en cierto momento, aparecerá y se quedará bastante tiempo para que se le reconozca y se le recuerde.

Este es el modo de todas las cosas nuevas: al principio llegan por momentos muy cortos, luego se quedan más tiempo. Es el modo natural del crecimiento, no puede ser de otra manera. También tenemos en nosotros demasiados impulsos de hábitos mecánicos de pensar y demasiadas otras cosas equivocadas. Aparece el "ser" real y es inmediatamente aplastado. Cuando se entiende más respecto de la falsa personalidad, se comprenderá que estamos rodeados por ella. No se puede ver nada sin los ojos de la falsa personalidad, no se puede oír sin los oídos de la falsa personalidad, ni hablar sin la voz de la falsa personalidad. Todo va a través de la falsa personalidad, y el primer paso es conocerla, porque entonces se sabrá cuánto de la vida ella ocupa.

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